Hace un par de semanas el Guardian publicaba un reportaje (enlace) sobre algo en lo que me llevo fijando desde hace tiempo: la manía de los supermercados británicos por venderlo todo envasado, incluyendo productos que siempre se han vendido sueltos o al peso, como frutas y verduras. En su celo empaquetador llegan al absurdo de vender manzanas en bandejas de cuatro, o brotes de brécol plastificados. Lo mismo pasa con la carne o el pescado: no todos los supermercados tienen mostradores de carnicería o pescadería, así que te tienes que conformar con comprar los filetes en bandejas. En otros artículos que sí que tiene sentido empaquetar, como los bollos, no les parece suficiente meterlos en bolsas sino que dentro de éstas incluyen una bandejita de plástico para que no se muevan y queden más ordenaditos y vistosos.
Me imagino que los motivos por los que lo hacen son logísticos: los productos empaquetados en envases de forma regular son más fáciles de desplazar de un lado a otro. Cualquiera que sea la razón, el Gobierno británico está preocupado por la cantidad excesiva de desperdicios que se generan y ha amenazado con introducir tasas que graven los empaquetados difíciles de reciclar y los productos desechables. Como éste gráfico muestra, el Reino Unido está en la cola de Europa en cuanto a reciclaje de basuras de refiere, y las distintas administraciones del estado están haciendo penosos esfuerzos por que la gente genere menos desperdicios. Quienes peor lo llevan son los ayuntamientos, a los que les suelen caer estrictas multas cuando incumplen los límites de vertidos en landfill (vertederos enterrados) impuestos por la Unión Europea. Como por ejemplo Bristol, que es una de las ciudades del Reino Unido con peores estadísticas de reciclaje. Esto ha llevado al Ayuntamiento a introducir recientemente un nuevo esquema de recogida de basuras realmente restrictivo (de esto hablaba Paulita hace unas semanas).
A aquellos pesimistas que se piensan que en España siempre somos los peores en todo quizás les alegre saber que las estadísticas de reciclaje que menciono más arriba nos sitúan por encima del Reino Unido e Italia, a mitad de la tabla tirando para abajo. Aunque parece que la moda empaquetadora que hace furor en el Reino Unido no anda lejos de llegar al país: el otro día un amigo que vino de visita trajo a casa una caja de mazapanes, en la que éstos venían empaquetados en bolsitas individuales.
domingo, noviembre 26, 2006
Empaquetados
domingo, noviembre 19, 2006
La cámara oscura del Observatorio de Clifton
A pocos metros del puente colgante de Clifton, en lo alto de una colina, se encuentra una de las atracciones más curiosas de Bristol: el Observatorio de Clifton, en cuyo interior se puede encontrar una de las pocas cámaras oscuras que quedan en el Reino Unido.
Una camara oscura es una instalación óptica consistente en un espacio cerrado en el que se proyectan imágenes del exterior recogidas a través de una abertura, según el mismo principio que hace posible la fotografía. Este tipo de artefactos son conocidos desde hace siglos, y en pequeño formato fueron utilizados por artistas como Da Vinci o Vermeer. En la época victoriana, las camaras oscuras fijas, instaladas en el interior de casetas o edificios, eran una atracción bastante común que se podía encontrar en muchos pueblos costeros de veraneo del sur de Inglaterra.
La camara oscura de Clifton fue construida a mediados del siglo XIX por el artista local William West, quien en 1828 arrendó la finca que rodeaba las ruinas de un antiguo molino de viento, reconstruyó el edificio y se trasladó a vivir allí. En la torre también instaló telescopios y aparatos de observación astronómica, e hizo cavar un pasadizo subterráneo, uniéndola con la Cueva de los Gigantes, una gruta ubicada metros más abajo en la pared de la garganta de Avon. West debía de ser sin duda un personaje bastante peculiar; desgraciadamente no he encontrado mucha información sobre él en internet. Parece ser que fue uno de los primeros fotógrafos de la ciudad.
El monumento ha sobrevivido en razonable estado de conservación hasta la actualidad, y la camara oscura sigue en funcionamiento, abierta al público por el módico precio de dos libras (más una adicional si se desea visitar también la Cueva de los Gigantes, que es bastante más modesta de lo que su grandilocuente nombre indica). El edificio ha sido restaurado recientemente, aunque parece que se han limitado a mantener la integridad de la estructura, ya que su interior sigue siendo bastante poco vistoso. A través de unas puertas de vaivén se entra a una sala a oscuras, ocupada casi en su totalidad por una pantalla cóncava horizontal de algo más de metro y medio de diámetro. En la parte superior de la sala hay una cabeza consistente en un juego de espejos y una lente que proyectan sobre la pantalla imágenes del exterior. Empujando un brazo metálico que cuelga de ella es posible hacerla girar 360º, permitiendo observar todo el paisaje que rodea la torre. La instalación no tiene aspecto de haber sido reconstruida, y posiblemente sea la misma que West montó en el siglo XIX. Aparte de la cámara oscura, el edificio no tiene mucho interés, aunque a través de las destartaladas ventanas de la planta superior las vistas de los alrededores son bastante buenas. Las dos plantas de más abajo están vacías. El que esté todo tan descuidado tiene una ventaja: la visita es bastante informal, sin guías ni guardias encima tuyo: eres tú mismo quien maneja el brazo que hace girar el cabezal, y puedes quedarte todo el tiempo que quieras.
Parece mentira, pero la experiencia de visitar la cámara oscura es bastante asombrosa. Desde luego, la tecnología de hoy nos ofrecen maravillas mucho más espectaculares, pero el aire de complejidad y los elevados precios que suelen tener los aparatos electrónicos de estos tiempos, de algún modo, hacen que parezca natural que sean capaces de obrar prodigios. Por eso, cuando vemos que un mecanismo tan sencillo como el de la cámara oscura es capaz de producir un resultado tan llamativo e inmediato, sin complicadas manipulaciones intermedias, el impacto es mucho mayor.
La impresión es similar a la de ir al cine, solo que sabiendo que lo que estamos viendo es real y está ocurriendo afuera en ese mismo momento. La vista más interesante es la del puente colgante. También se puede ver al perfil del barrio de Clifton, con sus hileras de casas georgianas. En verano los alrededores del observatorio están llenos de gente, y es muy divertido verlos en pequeñito, paseando, tomando el sol o comiendo de picnic bajo nuestros ojos. Uno se siente una especie de dios vigilando a los minúsculos humanos hormiguear debajo, desprevenidos de estar siendo observados.
Aparte de la de Bristol, en el Reino Unido hay un puñado de otras cámaras oscuras abiertas al público. De ellas, he estado en la de Eastbourne y en Hastings, además de en la de Edimburgo , donde hay instalado un museo de la imagen y la fotografía muy interesante. En España hay una cámara oscura en Cadiz, instalada hace pocos años.
Más información:
The Magic Mirror of Life: an appreciation of the camera obscura
Cámara oscura (Wikipedia)
Breve reseña sobre William West (Bristol Online)
Documento del Ayuntamiento de Bristol describiendo la historia del Observatorio
Una camara oscura es una instalación óptica consistente en un espacio cerrado en el que se proyectan imágenes del exterior recogidas a través de una abertura, según el mismo principio que hace posible la fotografía. Este tipo de artefactos son conocidos desde hace siglos, y en pequeño formato fueron utilizados por artistas como Da Vinci o Vermeer. En la época victoriana, las camaras oscuras fijas, instaladas en el interior de casetas o edificios, eran una atracción bastante común que se podía encontrar en muchos pueblos costeros de veraneo del sur de Inglaterra.
La camara oscura de Clifton fue construida a mediados del siglo XIX por el artista local William West, quien en 1828 arrendó la finca que rodeaba las ruinas de un antiguo molino de viento, reconstruyó el edificio y se trasladó a vivir allí. En la torre también instaló telescopios y aparatos de observación astronómica, e hizo cavar un pasadizo subterráneo, uniéndola con la Cueva de los Gigantes, una gruta ubicada metros más abajo en la pared de la garganta de Avon. West debía de ser sin duda un personaje bastante peculiar; desgraciadamente no he encontrado mucha información sobre él en internet. Parece ser que fue uno de los primeros fotógrafos de la ciudad.
El monumento ha sobrevivido en razonable estado de conservación hasta la actualidad, y la camara oscura sigue en funcionamiento, abierta al público por el módico precio de dos libras (más una adicional si se desea visitar también la Cueva de los Gigantes, que es bastante más modesta de lo que su grandilocuente nombre indica). El edificio ha sido restaurado recientemente, aunque parece que se han limitado a mantener la integridad de la estructura, ya que su interior sigue siendo bastante poco vistoso. A través de unas puertas de vaivén se entra a una sala a oscuras, ocupada casi en su totalidad por una pantalla cóncava horizontal de algo más de metro y medio de diámetro. En la parte superior de la sala hay una cabeza consistente en un juego de espejos y una lente que proyectan sobre la pantalla imágenes del exterior. Empujando un brazo metálico que cuelga de ella es posible hacerla girar 360º, permitiendo observar todo el paisaje que rodea la torre. La instalación no tiene aspecto de haber sido reconstruida, y posiblemente sea la misma que West montó en el siglo XIX. Aparte de la cámara oscura, el edificio no tiene mucho interés, aunque a través de las destartaladas ventanas de la planta superior las vistas de los alrededores son bastante buenas. Las dos plantas de más abajo están vacías. El que esté todo tan descuidado tiene una ventaja: la visita es bastante informal, sin guías ni guardias encima tuyo: eres tú mismo quien maneja el brazo que hace girar el cabezal, y puedes quedarte todo el tiempo que quieras.
Parece mentira, pero la experiencia de visitar la cámara oscura es bastante asombrosa. Desde luego, la tecnología de hoy nos ofrecen maravillas mucho más espectaculares, pero el aire de complejidad y los elevados precios que suelen tener los aparatos electrónicos de estos tiempos, de algún modo, hacen que parezca natural que sean capaces de obrar prodigios. Por eso, cuando vemos que un mecanismo tan sencillo como el de la cámara oscura es capaz de producir un resultado tan llamativo e inmediato, sin complicadas manipulaciones intermedias, el impacto es mucho mayor.
La impresión es similar a la de ir al cine, solo que sabiendo que lo que estamos viendo es real y está ocurriendo afuera en ese mismo momento. La vista más interesante es la del puente colgante. También se puede ver al perfil del barrio de Clifton, con sus hileras de casas georgianas. En verano los alrededores del observatorio están llenos de gente, y es muy divertido verlos en pequeñito, paseando, tomando el sol o comiendo de picnic bajo nuestros ojos. Uno se siente una especie de dios vigilando a los minúsculos humanos hormiguear debajo, desprevenidos de estar siendo observados.
Aparte de la de Bristol, en el Reino Unido hay un puñado de otras cámaras oscuras abiertas al público. De ellas, he estado en la de Eastbourne y en Hastings, además de en la de Edimburgo , donde hay instalado un museo de la imagen y la fotografía muy interesante. En España hay una cámara oscura en Cadiz, instalada hace pocos años.
Más información:
The Magic Mirror of Life: an appreciation of the camera obscura
Cámara oscura (Wikipedia)
Breve reseña sobre William West (Bristol Online)
Documento del Ayuntamiento de Bristol describiendo la historia del Observatorio
viernes, noviembre 17, 2006
Caldito de verduras
La última vez que estuve en Madrid me compré una lata de caldo gallego para llevármela al trabajo algún día y alegrarme la jornada. Al comprarla me hizo mucha gracia ver la confianza con la que la etiqueta proclama que se trata de una vegetable soup. Me imagino al típico turista británico vegetariano yendo al súper a comprar algún producto típico del país para llevarse a casa, encontrando aliviado esta lata entre tanto guiso con chorizo y morcilla, y descubriendo más tarde, con horror, que esta inofensiva "sopa de verduras" tiene entre sus ingredientes tocino y manteca de cerdo.
La cosa puede ser peor, desde luego. En bares del centro de Madrid he visto la fabada traducida como "typical vegetable stew" ("cocido de verdudas típico"). Estoy seguro de que más de un turista vegetariano se ha tenido que llevar un chasco monumental al pedirlo. Curiosamente, en el Reino Unido las legumbres están asociadas a la cocina vegetariana (exceptuando, claro está, las célebres baked beans).
La cosa puede ser peor, desde luego. En bares del centro de Madrid he visto la fabada traducida como "typical vegetable stew" ("cocido de verdudas típico"). Estoy seguro de que más de un turista vegetariano se ha tenido que llevar un chasco monumental al pedirlo. Curiosamente, en el Reino Unido las legumbres están asociadas a la cocina vegetariana (exceptuando, claro está, las célebres baked beans).
domingo, noviembre 12, 2006
No purchase necessary
Organizar sorteos es una de las tácticas publicitarias más antiguas y me imagino que más efectivas, porque se sigue haciendo desde hace años. Cuando eres pequeño los premios y los concursos excitan mucho la imaginación, y durante mi infancia, como todo el mundo, participé en decenas de concursos, cumplimentando trabajosamente las diversas condiciones necesarias: recortar cupones de revistas, reunir tapas de yogures, juntar etiquetas. Toda esta disciplinada actividad no sirvió para mucho: lo único que me llegó a tocar fue un monopatín que regalaban en una rifa de un supermercado al lado de mi casa. Ya de joven, perdí el interés hacia este tipo de cosas, y desde hace ya unos años evito expresamente este tipo de competiciones. Los datos personales se han convertido en un preciado tesoro, y la probabilidad ínfima de ganar un iPod en un sorteo no compensa la avalancha de correspondencia basura de la Galería del Coleccionista que con toda certeza empezarás a recibir después de mandar el cupon con tus señas.
En el Reino Unido pasa lo mismo, desde luego: no hace falta andar muy lejos por la calle para encontrarse carteles en algún banco anunciando sorteos de coches o televisiones de plasma, y lo mismo en el supermercado siempre se encuentra algún producto regalando premios. Sin embargo, hace poco he descubierto algo realmente curioso: en la mayoría de estos sorteos organizados por marcas comerciales o tiendas, si no en todos, no hace falta comprar nada para poder participar en ellos. Si se mira la letra pequeña donde vienen las bases (terms & conditions) de estas competiciones, casi siempre se indica que no es necesario comprar nada para participar (no purchase necessary)
He estado investigando en Internet pero, extrañamente, no he encontrado casi información sobre el tema. Lo más concreto que he visto es este documento de la sucursal inglesa de la Market Research Society. En él se describen una serie de recomendaciones para la organización de sorteos (free prize draws) derivadas de la legislación británica. Según parece, quien organiza un sorteo está obligado a permitir la participación libre de quien lo desee, sin que pueda exigirse a los concursantes comprar ni pagar nada. De lo contrario, la competición estaría sujeta a la legislación británica de juego y lotería, que me imagino que impone severas condiciones.
Esta peculiaridad da lugar a situaciones bastante graciosas. Hace unos años, Walkers lanzó una promoción en la que se podían encontrar billetes de 20 libras dentro de bolsas de patatas fritas. Las bases de la promoción, en letra pequeña, afirmaban que no era necesaria ninguna compra para participar. Es una lástima no tener el texto original, pero por lo que recuerdo se añadía que sólo había que mandarles los datos personales para que un empleado de Walkers jugase por ti, abriendo una bolsa y mirando dentro si te había tocado el billete.
En el Reino Unido pasa lo mismo, desde luego: no hace falta andar muy lejos por la calle para encontrarse carteles en algún banco anunciando sorteos de coches o televisiones de plasma, y lo mismo en el supermercado siempre se encuentra algún producto regalando premios. Sin embargo, hace poco he descubierto algo realmente curioso: en la mayoría de estos sorteos organizados por marcas comerciales o tiendas, si no en todos, no hace falta comprar nada para poder participar en ellos. Si se mira la letra pequeña donde vienen las bases (terms & conditions) de estas competiciones, casi siempre se indica que no es necesario comprar nada para participar (no purchase necessary)
He estado investigando en Internet pero, extrañamente, no he encontrado casi información sobre el tema. Lo más concreto que he visto es este documento de la sucursal inglesa de la Market Research Society. En él se describen una serie de recomendaciones para la organización de sorteos (free prize draws) derivadas de la legislación británica. Según parece, quien organiza un sorteo está obligado a permitir la participación libre de quien lo desee, sin que pueda exigirse a los concursantes comprar ni pagar nada. De lo contrario, la competición estaría sujeta a la legislación británica de juego y lotería, que me imagino que impone severas condiciones.
Esta peculiaridad da lugar a situaciones bastante graciosas. Hace unos años, Walkers lanzó una promoción en la que se podían encontrar billetes de 20 libras dentro de bolsas de patatas fritas. Las bases de la promoción, en letra pequeña, afirmaban que no era necesaria ninguna compra para participar. Es una lástima no tener el texto original, pero por lo que recuerdo se añadía que sólo había que mandarles los datos personales para que un empleado de Walkers jugase por ti, abriendo una bolsa y mirando dentro si te había tocado el billete.
martes, noviembre 07, 2006
Bonfire Night en Lewes
El fin de semana pasado se celebró Bonfire Night, una de las tradiciones inglesas más antiguas, de la que ya hablé el año pasado (enlace).
En la mayor parte del país las celebraciones consisten simplemente en espectáculos de fuegos de artificiales y hogueras, en las que a veces se quema un muñeco que representa a Guy Fawkes, pero en el pueblo de Lewes son bastante más espectaculares. En esta localidad de Sussex, con motivo de la Bonfire Night se organizan una serie de desfiles con antorchas y estandartes por parte de distintas cofradías que van disfrazadas según diversos temas: vikingos, zulues, piratas, etc. Lo más chocante de la celebración es sin duda el desfile de 17 cruces ardientes, que representan a tantos mártires protestantes que fueron quemados en la hoguera en el pueblo durante las persecuciones del siglo XV. Otra tradición bastante inquietante es la quema de efigies de Guy Fawkes y el papa Pablo V, acompañadas por las de personajes más actuales como Tony Blair, Bin Laden o George Bush. Por lo que he visto en las fotos, no son meros muñecajos sino verdaderos ninots. Hubo un año que una de las cofradías quemó una representación de una caravana de gitanos, lo cual levantó mucha polémica e hizo que la policía arrestase a varias personas por delito de odio racial.
En flickr se pueden encontrar un montón de galerías con fotos excelentes de la celebración de Bonfire Night en Lewes. Viéndolas me han entrado unas ganas tremendas de ir; la fiesta tiene pinta de ser una experiencia bastante espeluznante. También en Youtube hay varios videos, entre ellos curiosamente este en el que se pueden ver bailarines Morris (foto de arriba tomada prestada de simpologist bajo CC).
Más información:
Página web del Ayuntamiento de Lewes
Lewes (Wikipedia en inglés)
Las hogueras de 2006 en Lewes, contado por la BBC
En la mayor parte del país las celebraciones consisten simplemente en espectáculos de fuegos de artificiales y hogueras, en las que a veces se quema un muñeco que representa a Guy Fawkes, pero en el pueblo de Lewes son bastante más espectaculares. En esta localidad de Sussex, con motivo de la Bonfire Night se organizan una serie de desfiles con antorchas y estandartes por parte de distintas cofradías que van disfrazadas según diversos temas: vikingos, zulues, piratas, etc. Lo más chocante de la celebración es sin duda el desfile de 17 cruces ardientes, que representan a tantos mártires protestantes que fueron quemados en la hoguera en el pueblo durante las persecuciones del siglo XV. Otra tradición bastante inquietante es la quema de efigies de Guy Fawkes y el papa Pablo V, acompañadas por las de personajes más actuales como Tony Blair, Bin Laden o George Bush. Por lo que he visto en las fotos, no son meros muñecajos sino verdaderos ninots. Hubo un año que una de las cofradías quemó una representación de una caravana de gitanos, lo cual levantó mucha polémica e hizo que la policía arrestase a varias personas por delito de odio racial.
En flickr se pueden encontrar un montón de galerías con fotos excelentes de la celebración de Bonfire Night en Lewes. Viéndolas me han entrado unas ganas tremendas de ir; la fiesta tiene pinta de ser una experiencia bastante espeluznante. También en Youtube hay varios videos, entre ellos curiosamente este en el que se pueden ver bailarines Morris (foto de arriba tomada prestada de simpologist bajo CC).
Más información:
Página web del Ayuntamiento de Lewes
Lewes (Wikipedia en inglés)
Las hogueras de 2006 en Lewes, contado por la BBC
domingo, noviembre 05, 2006
Yendo a la peluquería
Ayer, con gran pesar, no tuve más remedio que irme a cortar el pelo. Hacía ya bastante de la última vez, y durante las últimas dos semanas había venido observando con alarma cómo una incipiente mullet se me iba asomando a ambos lados del cuello, amenazando con mi muerte social en la oficina.
Digo que muy a mi pesar no porque tenga alergia a las tijeras, sino porque siempre que puedo procuro evitar ir a la peluquería en Inglaterra. Aunque llevo ya más de seis años en el Reino Unido, sólo he ido seis o siete veces. Para cortarme el pelo suelo aprovechar mis visitas a Madrid, algo que me puedo permitir porque me bajo con bastante frecuencia, cada dos o tres meses. Las visitas a la peluquería del barrio, a la que he ido ininterrumpidamente desde que era un crío, son uno de esos lazos con el hogar que cuestan romper. Otro motivo, más prosaico, es que cortarse el pelo sale más barato en España (aunque no mucho más). Y un tercer motivo es el idioma: por mucho que uno se mire en el diccionario el vocabulario técnico (flequillo: fringe; raya parting; cuchilla: razor; etc), contarle al peluquero cómo queremos que se nos corte el pelo es posiblemente una de las situaciones de la vida de un expatriado en la que más duramente se pone a prueba el dominio de la lengua local. Describir un corte de pelo es un acto que exige una buena dosis de expresividad incluso en la propia lengua (salvo, claro está, cuando queremos que nos lo rapen con maquinilla): "me lo cortas de modo que justo me monte un poco la oreja, un poco de capas, ligero por atrás pero no tanto, peinado por en medio pero sin raya".
Por si fuera poco, una vez se supera el trance de darle al peluquero las especificaciones del corte, te tienes que enfrentar a la ineludible charla intrascendente. En Inglaterra, como en España y supongo que todos los países del mundo, los peluqueros sienten que una de las atribuciones de su profesión es dar conversación al cliente. Esto puede ser un fastidio pero también una oportunidad: hablar con el peluquero es una manera fantástica de practicar el inglés.
Dada mi procedencia, tengo la suerte de que es fácil prever hacia donde va a tirar la conversación cuando, al darse cuenta de mi acento extranjero, el peluquero me pregunta de dónde soy. Es algo aplicable también a taxistas, empleados de banco o tenderos parlanchines. Al contestar que soy español de Madrid, la siguiente pregunta es casi siempre "¿eres seguidor del Real Madrid?". Yo no suelo seguir mucho la liga española (ni mucho menos la inglesa), y supongo que en seguida se me nota que no tengo mucha idea, pero es sorprendente lo que dan de sí un puñado de comentarios generalistas y cuatro ideas leídas en la prensa para seguir una conversación sobre fútbol.
Digo que muy a mi pesar no porque tenga alergia a las tijeras, sino porque siempre que puedo procuro evitar ir a la peluquería en Inglaterra. Aunque llevo ya más de seis años en el Reino Unido, sólo he ido seis o siete veces. Para cortarme el pelo suelo aprovechar mis visitas a Madrid, algo que me puedo permitir porque me bajo con bastante frecuencia, cada dos o tres meses. Las visitas a la peluquería del barrio, a la que he ido ininterrumpidamente desde que era un crío, son uno de esos lazos con el hogar que cuestan romper. Otro motivo, más prosaico, es que cortarse el pelo sale más barato en España (aunque no mucho más). Y un tercer motivo es el idioma: por mucho que uno se mire en el diccionario el vocabulario técnico (flequillo: fringe; raya parting; cuchilla: razor; etc), contarle al peluquero cómo queremos que se nos corte el pelo es posiblemente una de las situaciones de la vida de un expatriado en la que más duramente se pone a prueba el dominio de la lengua local. Describir un corte de pelo es un acto que exige una buena dosis de expresividad incluso en la propia lengua (salvo, claro está, cuando queremos que nos lo rapen con maquinilla): "me lo cortas de modo que justo me monte un poco la oreja, un poco de capas, ligero por atrás pero no tanto, peinado por en medio pero sin raya".
Por si fuera poco, una vez se supera el trance de darle al peluquero las especificaciones del corte, te tienes que enfrentar a la ineludible charla intrascendente. En Inglaterra, como en España y supongo que todos los países del mundo, los peluqueros sienten que una de las atribuciones de su profesión es dar conversación al cliente. Esto puede ser un fastidio pero también una oportunidad: hablar con el peluquero es una manera fantástica de practicar el inglés.
Dada mi procedencia, tengo la suerte de que es fácil prever hacia donde va a tirar la conversación cuando, al darse cuenta de mi acento extranjero, el peluquero me pregunta de dónde soy. Es algo aplicable también a taxistas, empleados de banco o tenderos parlanchines. Al contestar que soy español de Madrid, la siguiente pregunta es casi siempre "¿eres seguidor del Real Madrid?". Yo no suelo seguir mucho la liga española (ni mucho menos la inglesa), y supongo que en seguida se me nota que no tengo mucha idea, pero es sorprendente lo que dan de sí un puñado de comentarios generalistas y cuatro ideas leídas en la prensa para seguir una conversación sobre fútbol.
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