miércoles, febrero 22, 2006

Restaurantes españoles

Sigo hablando de comida, y eso que, en escribiendo estas líneas, acabo de cenar (tengo un amigo inglés que siempre se queja de que los españoles no paramos de hablar de comer, incluso después de las comidas). En la anotación anterior decía que en el Reino Unido se pueden encontrar más restaurantes indios que italianos. ¿Y qué hay de los españoles? ¿Hay muchos restaurantes españoles en el país británico? La respuesta es: pues no, más bien pocos.

Es algo bastante frustrante: pese a la presencia de una comunidad española de un tamaño respetable, pese a que España es uno de los destinos favoritos de los británicos a la hora de mendigar un poco de sol fuera de su triste isla lluviosa, en el Reino Unido hay poquísimos restaurantes españoles. No es que la cocina española sea desconocida aquí: todos los británicos saben lo que es la paella, y muchos han probado y aprecian la tortilla española. También saben lo que son las tapas, que sirven en muchos pubs y restaurantes con ínfulas de sofisticados, aunque más como concepto de "platos pequeños para compartir" que como especialidades genuinamente hispanas. Creo que el motivo de la poca presencia de la gastronomía española en la hostelería británica es que, al revés que otras comunidades como la india o la italiana de hace unas décadas, los españoles que venimos aquí es casi siempre de forma temporal, de modo que falta el sustrato necesario para que surjan negocios del estilo de un restaurante regentados por compatriotas.

Y no sólo hay pocos restaurantes españoles, sino que muchos de ellos son bastante mediocres, y para más inri, suelen ser bastante caros. El mejor ejemplo de esto es La Tasca. Se trata de una cadena presente en numerosas ciudades del país. En realidad la comida no está tan mal, pero lo que sirven como especialidades españolas por precios exorbitantes no tienen mucho que ver con la realidad. Seguramente ni los chefs ni los propios dueños de la cadena sean españoles.

Sospecho que ese es el problema en el Reino Unido: que pocos restaurantes españoles están realmente regentados por españoles. Una muestra clara es que muchos de ellos están decorados como los británicos creen que es el "ambiente español", que no suelen tener mucho que ver con cómo son los locales en España. Cuelgan alguna rueda de carreta, ponen un par de macetas con geranios y ya está. Lo que más gracia me hace es que todo suele estar pintado con tonos anaranjados, color sin duda muy mediterráneo pero que en España no suele ser muy habitual para decorar los establecimientos de hostelería.

Afortunadamente, sí que es posible encontrar sitios genuinamente españoles y de calidad. Desgraciadamente, no puedo recomendar muchos. En una ocasión estuve en un restaurante español en Brighton que estaba muy bien, Casa Don Carlos creo que se llamaba. En Bracknell visité otro que no estaba nada mal, no me acuerdo del nombre. En Bristol me han hablado bien de El Puerto, pero nunca he estado.

Es una lástima que la cocina española esté tan poco extendida fuera de nuestro país. Desde luego, no tiene la sofisticación de la francesa, ni el gancho facilón de la italiana, pero tiene una variedad regional fabulosa y cuenta con un buen número de platos estrella que sin duda deberían triunfar fuera de nuestras fronteras. El otro día hice un par de tortillas de patata y una ración de chorizo a la sidra para la fiesta de un amigo mío en Londres y tendríais que ver cómo se abalanzaban los ingleses sobre ellas.

viernes, febrero 17, 2006

Comida india para principiantes

Recuerdo la primera vez que fui a un restaurante indio. Había llegado a Inglaterra apenas hacía unos meses, y unos cuantos del trabajo organizaron una cena en un restaurante de Southall. Southall es un barrio del oeste de Londres donde hay una comunidad indostánica muy importante, y el establecimiento fue escogido por una mujer de origen indio, de modo que sin duda debía de tratarse de un lugar de categoría: una manera envidiable de introducirse en el mundo de la gastronomía india. Desgraciadamente, no me acuerdo muy bien de cómo fue ni el restaurante ni la comida. Lo que sí recuerdo vivamente es el absoluto desconcierto que sentí al enfrentarme a la carta y a la sucesión de platos desconocidos y de nombres incomprensibles que ésta contenía.

Con el tiempo y frecuentando estos restaurantes uno acaba familiarizándose con platos tan exóticos. Pero al principio uno se pregunta siquiera si logrará acordarse para la próxima vez del nombre de lo que se ha pedido. A lo largo de estos años he hablado con muchos españoles en Inglaterra, y algunos de ellos me contaban que no solían ir a indios precisamente por esa sensación de ignorancia, de no saber qué pedir. También a la gente que visita el Reino Unido desde España le suelo recomendar que vayan a comer a estos sitios, pero a la mayoría les intimida entrar en un lugar donde no se tiene ni idea de lo que te van a servir.

La mejor manera de ir a un cenar a un restaurante exótico es cuando se tiene a alguien que conoce el tipo de comida y te puede aconsejar. Desgraciadamente, no siempre se dispone de quien que te pueda dar ideas sobre qué tomar, y el caso de los restaurantes indios es especialmente complicado porque en el menú suelen ofrecer infinidad de platos distintos. En esta anotación daré unos consejos sobre qué pedir cuando se visita un indio. Los platos y acompañamientos que recomiendo son los que suele tomar la mayoría de la gente. Donde fueres, haz lo que vieres.

En primer lugar, algunos preliminares. Aunque para un español eso de "comida india" suena rabiosamente exótico, es algo muy corriente y extendido en el Reino Unido. Es más fácil encontrar restaurantes indios que italianos, y la penetración de la comida india en los hábitos ingleses es tal que no es infrecuente que los pubs más tradicionales en medio del campo ofrezcan en su menú un pollo tikka massala. Los establecimientos indios son, además, bastante baratos: por apenas £15 libras se puede cenar muy bien. Quizás por esto, no suelen ser sitios "refinados". Los fines de semana es muy habitual ir a cenar a un indio antes de salir de marcha, y cuando en un restaurante hay varias mesas con grupos de ingleses con ganas de juerga os aseguro que el ambiente no suele ser muy íntimo.

De todos modos, como se puede imaginar, los restaurantes indios que se pueden encontrar en el Reino Unido no son más que un pálido reflejo de la gastronomía del subcontinente. Por no ser no son ni indios: la mayoría de ellos están regentados por bangladesíes. Otra confusión es el término de "curry". En el Reino Unido suele utilizarse para referirse a la comida india en general, independientemente de si lleva esta especia o no.

Pero vayamos al grano. El neófito que visita por primera vez un restaurante indio se sorprenderá seguramente de la recargada decoración de motivos hindues del local y de la obsequiosa amabilidad de los camareros. Luego se le ofrecerá la carta y posiblemente desfallecerá ante el papelón de tener que elegir algo de entre esa lista interminable. Si tiene suerte la descripción de cada una de las especialidades será lo suficientemente evocadora como para que le seduzca alguna de ellas ("tender pieces of chicken marinated in our chef´s special sauce"), pero muchas veces no son más que simples relaciones de ingredientes escritas con faltas de ortografía ("chiken with tomato, coriandor, pepper and creem").

¿Qué me pido? Ante la duda, sugiero lo siguiente: de entrante, un popudum, cuya ortografía es variable según el capricho de cada restaurante en cuestión: papadum, papadom, pupadum, etc. Es una especie de oblea enorme parecida a un bocabit, que está hecha creo que de harina de lenteja. Se toman partíendolas en trozos y poniéndoles encima alguna de las salsas o compotas (chutneys) con las que siempre vienen acompañadas: de mango, lima, cebolla, pepino, coco... De entrante también son muy típicos los bhajis de cebolla, especies de pelotas de cebolla frita, las samosas, empanadas triangulares rellenas de carne o de verdura, o quizás kebabs: rollos de carne enrollada adobada con especias.

¿Y de plato principal? Si es la primera vez que vas a un indio, sugiero sin duda el plato más típico: el pollo tikka massala. Consiste en trozos de pollo cocinados al horno servidos en una salsa espesa que lleva nata y diversas especias. Para quien lo prefiera, lo suele haber también con cordero o gambas en vez de pollo. No es un plato picante, así que podéis pedirlo tranquilos. Otros platos típicos son el balti (que pica un poco pero no mucho), el korma (hecho con coco y de sabor suave y dulce), el jalfrezi (con tomates, cebolla y pimiento, y medianamente picante) y el madras (bastante picante). Como nota curiosa, estos platos se suelen servir en una cazuelita que el camarero coloca sobre unos artilugios que hay en medio de la mesa, que tienen una vela dentro que los mantiene calientes mientras se toman. Todos ellos suelen estar disponibles con pollo, cordero o gambas. En otro orden de cosas, otra especialidad que quizás os interese es el tandoori. Consiste en pollo o cordero marinado cocinado a la brasa en un horno especial. Al revés que los platos anteriores, no suelen llevar salsa, o mejor dicho, ésta suele servirse aparte.

Ninguno de los platos que describo arriba es insoportablemente picante (bueno, el madras quizás sí lo sea, aunque todo depende de vuestra tolerancia). Si buscáis emociones fuertes, sugiero el vindaloo, y si lo que tenéis es tendencias suicidas el phaal. Una vez tomé este último y cuando acabé de tomarlo me dolía la boca, literalmente.

Sea lo que sea lo que hayáis pedido de plato principal, lo típico suele ser tomarlo con arroz. Éste a veces está incluido en el plato, pero casi siempre hay que pedirlo aparte. En el menú veréis varios tipos: si no sabéis cuál escoger, os recomiendo el pilau. Es un arroz de tipo basmati cocinado con especias aromáticas: laurel, clavo, cardamón. No tiene un sabor fuerte, y es el acompañamiento perfecto para la salsa de vuestro curry. También podéis pedir pan si queréis. El más típico es el naan, que es un pan ácimo plano con forma de halcón milenario. Lo hay relleno de carne o de coco o sin nada; yo prefiero éste último. Es ideal para mojar en la salsa. Otros platos de acompañamiento que se suelen pedir son las bombay aloo o patatas bombay, que son patatas cocidas en una salsa muy especiada pero que no pica apenas nada.

Después del festín, os retirarán los platos y os traerán una canastita con toallitas enrolladas. Cuidado: ¡están calientes! Son para que os limpiéis las manos. Luego, si os queda sitio en el estómago, podéis pedir el postre. No lo recomiendo: generalmente suelen ser helados o sorbetes que compran ya hechos. Tampoco pidáis café: posiblemente será de filtro. No hace falta que pidáis nada. No os mirarán mal: en España es raro, pero en Inglaterra es bastante común cenar y no tomar nada de postre.

Queda pedir la dolorosa, hacer las cuentas a pachas, el trasiego de dinero y el cuánto dejamos de propina. ¿A que no ha sido tan terrible? Así que ya sabéis: ya no tenéis excusa. Este mismo viernes os vais a cenar a un indio. Ya veréis como le cogéis el gusto y, después de unos pocos años, os habréis convertido en auténticos adictos como yo.

Más información: Curry Nights (Parquestrit)

jueves, febrero 16, 2006

Chavs

Ya me había fijado en ellos desde hacía un par de años, poco después de llegar a Inglaterra. Se los podía ver en grupos, vagabundeando con aire aburrido por el centro de Maidenhead, muchas veces congregados a la salida del McDonalds. La mayoría bastante jóvenes, muchos apenas adolescentes. Ellos con el craneo rapado bajo su gorra de béisbol, vistiendo chándales de tonos azules y blancos, luciendo cadenorros del cuello menos brillantes que el color insultantemente blanco de sus zapatillas de deporte. Ellas con un estilo del mismo aire: zapatillas también blancas, pantalones pesqueros ajustados, sudaderas de tonos pastel abiertas dejando ver escotes imposibles, toneladas de bisutería dorada (incluyendo los imprescindibles pendientes de aro), capa de varios centímetros de pote; el pelo recogido estirado con tanta saña que parece pegado al cráneo.

Es evidente que, como yo, gran parte de la población británica también se había fijado en ellos. Su salto a la fama fue el año pasado: de la noche a la mañana se popularizó el término chav para referirse a estos jóvenes, a su (in)cultura y a su peculiar forma de vestir. El vocablo empezó a figurar en las conversaciones y chistes de los británicos, al tiempo que los medios de comunicación, siempre ojo avizor a las tendencias de la sociedad, lo adoptaban con entusiasmo, publicando numerosos artículos y reportajes para aplacar la repentina curiosidad de la población por esta peculiar especie suburbana.

Después de tal voragine, el vocablo chav está ya tan sobado y tan reducido al estereotipo que ya no se sabe muy bien a qué se refiere. A grandes rasgos, la palabra "chav" (o "chavette" si es una chica) se utiliza para referirse de forma despectiva a los adolescentes y jóvenes, generalmente de clase baja, que visten ropa deportiva de marcas falsas, lucen joyas y complementos llamativos y ostentosos (estilo también llamado bling bling) y que se dedican principalmente a cobrar el paro y a practicar el gamberrismo y la violencia menor. Últimamente el elemento más llamativo de su estereotipo es el Burberry: en el imaginario popular, el chav siempre lleva una gorra o algún detalle de su vestimenta decorado con los cuadros beis característicos de esta exclusiva marca inglesa, a quien como os podéis imaginar no le ha hecho ninguna gracia que la asocien con estos jóvenes. Otro elemento característico de su forma de vestir (pero no exclusivo de los chavs) son las sudaderas con capucha (hoodies), asociadas últimamente con la delincuencia juvenil en general, hasta tal punto que en algunos lugares del país han sido prohibidas.

Una vez popularizado el vocablo, la sociedad británica se lanzó con fiereza a vilificar a los chavs. Los oportunistas no tardaron nada en publicar libros y sitios web ridiculizándolos. Es evidente que tal saña no es sino una muestra del latente clasismo de los británicos, para quienes el aspecto estridente y el comportamiento de los miembros de esta cultura juvenil es suficiente justificación para denostarlos. Muchos comentaristas se han dado cuenta de esto y lo han criticado, señalando que la cultura chav no es más que una válvula de escape por la que esta clase desfavorecida trata de expresar (a su manera) su dignidad. La polémica periodista y misántropa Julie Burchill se ha autoerigido en defensora de los chavs, y recientemente presentó un documental reivindicándolos.

Yo después de tantas toneladas de reflexión me siento bastante avergonzado, puesto que también yo he participado con ligereza en los chistes y chascarrillos ridiculizando a los chavs. Y he de reconocer que sigo sintiendo desagrado cuando los veo. Al final todo es una cuestión de incomunicación: nunca he hablado ni he conocido a ninguno de ellos. El problema de la sociedad británica, tan estratificada y con tantas diferencias entre clases, es que es muy propensa a este tipo de prejuicios entre comunidades. Me quedo con la sociedad española, donde hay una mayor relación y entendimiento entre clases sociales.

Más información: Chavs (Wikipedia en inglés)

lunes, febrero 13, 2006

Brunel y el Puente Colgante de Clifton

Aunque Bristol es un ciudad bastante agradable para vivir, sobre todo si la comparamos con otras ciudades y pueblos británicos, como visita turística es bastante modesta. Pese a ello, cuenta con suficientes atracciones interesantes como para llenar un día de excursión. Hasta ahora apenas he hablado en este blog de Bristol y de sus lugares emblemáticos. Voy a intentar remediarlo, y comenzaré hoy con la más famosa de las atracciones de Bristol: el Puente Colgante de Clifton.

Se trata, como el propio nombre indica, de un puente que cuelga de la garganta del río Avon, comunicando el barrio de Clifton (donde vivo yo, por cierto) con el suburbio de Leigh Woods, en el oeste de la ciudad. Fue diseñado por el ingeniero victoriano Isambard Kingdom Brunel. Brunel es uno de esos ejemplos de personaje histórico famosísimo en el Reino Unido y absolutamente desconocido fuera del país. En Bristol se le venera; no sólo diseñó el puente de Clifton sino también la estación de Temple Meads. En una macroencuesta organizada en 2002 en todo el país para el programa de la BBC The Greatest Briton, en el que se trataba de averiguar cuál era la personalidad histórica más admirada por los británicos, terminó en segundo lugar después de Churchill. Brunel fue un auténtico prodigio de la ingeniería del siglo XIX. Fue el artífice de la revolucionaria línea de ferrocarril Great Western Railway entre Londres y Bristol. También diseño el buque transatlántico Great Eastern, el primero capaz de navegar sin paradas entre Londres y Nueva York.

El puente colgante de Clifton fue diseñado por Brunel cuando tenía apenas 23 años, aunque su construcción fue interrumpida durante años por falta de fondos. Pese a que finalmente se llevo a cabo un diseño algo más modesto que el planeado, el monumento es sin duda espectacular, tanto por su elegancia como por lo dramático del paisaje que lo rodea. El puente sigue siendo utilizado en la actualidad para el tránsito de vehículos, previo pago de un pequeño peaje de 30p. También es accesible para peatones, y los fines de semana se llena de visitantes haciendo fotos y asomándose para disfrutar de las fabulosas vistas de la ciudad.

El puente se puede ver a vista de pájaro gracias a Google Maps. Abajo podéis ver también un vídeo que hice hace unos meses, en el que se puede observar lo grandioso del paisaje que lo rodea:



Más información: Isambard Kingdom Brunel, Clifton Suspension Bridge (Wikipedia en inglés)

miércoles, febrero 08, 2006

Gran Bretaña contra Francia

Del mismo modo que la literatura y otros tipos de arte más elevado nos permiten descubrir lo más elevado y espiritual de una cultura, los anuncios de televisión son una forma fantástica de explorar su cara más mundana y, generalmente, no tan edificante: sus deseos y preocupaciones, sus pudores y sus prejuicios. No hace falta, además, escarbar muy hondo: mientras que esos otros tipos de arte más cultivado suelen evitar presentártelo todo masticado, prefiriendo la insinuación y la indirecta a la hora de comunicar su mensaje, la publicidad, cuyo fin principal es el mercantil, no puede permitirse el lujo de que éste pase desapercibido, de modo que dejan de lado por completo las sutilezas y apelan con desparpajo a las emociones y preocupaciones más básicas: la glotonería en los anuncios de dulces, el afán de afirmar el estatus propio en los anuncios de automóviles, la vanidad en los anuncios de ropa.

Mucho se podría decir de los anuncios que suelen poner en la televisión británica, pero eso lo dejo para otro día. Hoy quería simplemente hablaros de este anuncio del nuevo Renault Clio, que desde hace unas semanas ponen frecuentemente en la televisión y en los cines del país, y que ilustra a la perfección una de las particularidades de la psique británica: su obsesión por compararse continuamente con los franceses.



Los ingleses, por lo general, le tienen manía a los franceses. Es una antipatía distinta de la que tienen hacia los alemanes; mientras esta última está teñida de odio por motivo de la II Guerra Mundial, la que tienen hacia Francia es una complicada mezcla de admiración, envidia y sentimiento de inferioridad. Los británicos perciben a los franceses como sofisticados, y envidian su saber disfrutar de la vida. Frente a ellos, se sienten sosos y descoloridos. La prensa británica suele publicar con bastante frecuencia reportajes comparando ambos países, casi siempre de forma desfavorable hacia el Reino Unido: sobre educación, servicios públicos, alimentación. Hay un interés muy grande por todo lo francés, y mucha gente sueña con irse a vivir al país galo. Es significativo que a pesar de que Francia está sufriendo en estos momentos una crisis de confianza, y que durante los últimos años la marcha de la economía británica ha sido brillante, los ingleses siguen recurriendo a los revanchismos. Y a emitir anuncios de televisión recordándose a sí mismos que vencieron a Napoleón en la batalla de Waterloo.

viernes, febrero 03, 2006

El cambio de la muerte

¿Queréis tocarle las narices a ese dependiente inglés que siempre es tan borde y que tan mal os cae? La mejor manera es, cuando vayáis a pagar, dárselo con el cambio preparado. Es decir, si la compra cuesta, pongamos, seis libras cuarenta y seis peniques, le dais un billete de diez y una libra con cincuenta y uno para que os dé de vuelta cinco libras en billete y una moneda de 5p. Veréis la cara que pone.

Pagar de esta forma, con cantidades no redondas de modo que el cambio sí lo sea y poder deshacerse de la calderilla, es algo bastante habitual en España. Los dependientes están acostumbrados a ello, aunque evidentemente casos tan retorcidos como el descrito arriba no creo que les hagan mucha gracia. Aquí en Inglaterra, sin embargo, estos líos aritméticos no se llevan. Incluso con situaciones no tan complicadas como la de arriba, como pagar con un billete de cinco y una moneda de 5p para algo que cuesta £4.55 (para que te den de cambio una moneda de 50p), lo normal suele ser que el tendero se quede desconcertado mirandose la mano con el dinero, intentando entender por qué diablos no te has conformado con pagarle sólo con el billete.

Esta reacción podría entenderla si sólo se limitase a mercadillos u otros sitios donde no cuentan con cajas registradoras de las que tecleas el dinero que te han dado y te dicen qué vuelta le tienes que dar al cliente. Pero es que hasta en los supermercados los cajeros se quedan perplejos y con aire de fastidio cuando les pagas con el cambio optimizado, a pesar de que lo único que tienen que hacer es contarlo y meterlo en la maquinola para saber lo que te tienen que devolver. Está visto que no están preparados contra la obsesión española de librarse de la chatarra como sea.