jueves, marzo 31, 2005

La cruzada de Jamie Oliver

Jamie Oliver es un celebrity chef o "cocinero estrella" británico que se hizo tremendamente famoso hace unos pocos años con su programa de cocina The Naked Chef. Como en otros países, el Reino Unido tiene su ración de cocineros estrella que se han hecho famosos a través de la televisión, como Nigella Lawson o, ya hace unos cuantos años, Gary Rhodes. Jamie Oliver, sin embargo, es un producto más original: juvenil y desenfadado, con un aspecto de eterno niño grande de peinado revuelto, vestir informal y una forma de hablar muy de la calle. En lo gastronómico, su cocina, muy inspirada en la italiana, se basa en recetas sencillas que usan ingredientes básicos de calidad. Como dice en su blog, "la idea detrás de The Naked Chef era reducir la cocina a lo esencial: demostrar que no es necesario manipular mucho los ingredientes o comprar un montón de artilugios especiales para preparar algo realmente delicioso".

Como tan a menudo pasa, la sobreexposición en los medios de una personalidad tan llamativa y pintoresca puede convertirla fácilmente en el objeto de la irritación de muchos, y así ha sido en el caso de este personaje. Pero esta semana ha ocurrido algo que hará reconsiderar a muchos de los detractores de esta figura: después de una campaña pública de Jamie Oliver por la mejora de los menús escolares en los colegios británicos, el Gobierno ha decidido incrementar el presupuesto destinado a tal efecto en 280 millones de libras a lo largo de tres años.

El caballo de batalla de esta campaña ha sido el programa de televisión de Channel 4 Jamie´s School Dinners en el que, en varios episodios y con un formato de telerrealidad (reality TV), Jamie Oliver se hacía cargo de los comedores de un número de colegios de Londres, sustituyendo menús de calidad terrible (hamburguesas, patatas fritas, nuggets de pollo) por otros más sanos y equilibrados. El chef se tuvo que enfrentar a la barrera del presupuesto (algunos colegios gastan menos de 40 peniques por alumno en cada menú diario) y al desafío de formar a las cocineras escolares enseñándoles las nuevas recetas en tiempo record. Pese a los descorazonadores resultados iniciales, en los que los niños lloraban y pataleaban rechazando los nuevos menús, pronto las cosas empezaron a funcionar, los escolares se acostumbraron a las nuevas comidas y hasta algunas profesoras hablaron de una mejora perceptible de la atención y de la salud de los chavales.

El programa de televisión fue un éxito y levantó un enorme eco, que el gobierno laborista, en plena campaña electoral, no ha podido ignorar, pese a que la Ministra de Educación afirme que las medidas no son consecuencia de la campaña del cocinero estrella. Esta no es la primera ver que Jamie Oliver se involucra en temas de interés social. Hace unos años protagonizó otra serie de documentales de Channel 4, Jamie´s Kitchen, en los que tomó a una serie de jóvenes desfavorecidos y les enseñó a cocinar, desde cero y a lo largo de nueve meses, para que trabajaran en su restaurante londinense Fifteen.

Todo esto es una muestra de cómo la televisión no es sólo una caja tonta que sirve para vomitar programas de corazón y fútbol, como en España, sino que puede ser una poderosa herramienta muy útil para la sociedad.

miércoles, marzo 30, 2005

Semana Santa en Madrid

Esto ya de vuelta a Bristol, después de pasar la Semana Santa en Madrid. Normalmente las de Semana Santa suelen ser unas vacaciones bastante plácidas y algo aburridas. La gente no se coge vacaciones o si lo hace suele irse fuera de la capital, así que a penas se tiene el fin de semana y los dos días de fiesta para estar con la familia y quedar con los amigos.

En esta ocasión, sin embargo, ha sido muy animado: me han acompañado una pareja de amigos míos chilenos que viven en Londres. Uno de ellos fue amigo mío de la infancia, y desde que se volvió a Chile hace 12 años no había vuelto a Madrid.

Acompañar a algún forastero en una visita turística a la propia ciudad es una experiencia que recomiendo: es una buena manera de mirarla con otros ojos e incluso de redescubrirla. Como se suele decir, muchas veces se conoce menos la ciudad de uno mismo que otras que se visitan y exploran concienzudamente como turista. Yo sí que me he pateado una buena parte del centro de Madrid y conozco la mayoría de los lugares más importantes de mi ciudad, pero aún así estos días he descubierto un montón de rincones interesantísimos y he aprendido cosas que no sabía sobre unos cuantos monumentos y calles.

También he podido comprobar cómo yendo con mentalidad de turista es más fácil atreverse a probar sitios nuevos. Normalmente uno suele ir a los restaurantes o bares que acostumbra por pereza de tener que escoger otro sitio nuevo. Esta semana he descubierto un buen puñado de sitios muy recomendables para comer o para salir por la noche.

De todos modos, en mi caso esta actitud más curiosa y "aventurera" es también fruto de haber vivido fuera de Madrid durante varios años. Esta experiencia me ha sacudido de muchas de las rutinas que tenía cuando vivía allí, y cada vez que vuelvo por vacaciones disfruto la ciudad mucho más que antes.

martes, marzo 29, 2005

Aromas y modales en el metro

En El País del otro día venía este reportaje sobre el metro londinense, escrito por Walter Oppenheimer. Juan Varela habla de él en su excelente bitácora Periodistas 21.

No debería copiarlo aquí por lo de los derechos reservados etc pero en fin.

Aromas y modales en el metro

El metro de Londres es un reflejo de la ciudad misma: es caro, bastante sucio, étnicamente diverso, geográficamente extenso, a caballo entre la modernidad y la obsolescencia, y las reglas de cortesía son un elemento capital para garantizar la supervivencia.

Lo primero que descubre el viajero es que aquí no hay precios populares: viajar por la zona centro cuesta al cambio 3,30 euros el billete sencillo y 8,6 euros la tarjeta diaria. Pero no se preocupe, el taquillero perderá todo el tiempo del mundo explicándole qué tarifa se ajusta mejor a sus necesidades. Mientras el taquillero se desvive con el cliente, la cola crece y crece, pero eso no le impulsa a ser breve: sabe que nadie le meterá prisa. Un londinense nunca protesta por mucho rato que lleve esperando, sea ante la taquilla o parado en un túnel. No se oye un suspiro, no hay gestos de impaciencia. ¿Cortesía? No: pragmatismo. Desprecia por inútil el desahogo.

Tampoco pierde energías encogiéndose para facilitar el acceso a otros viajeros en hora punta. Por lleno que vaya el vagón, nada le distraerá de su lectura y poco le importa que su libro o su diario obstruyan el paso a los demás. Es entonces cuando el visitante ha de tener más temple. Por nada del mundo se le ocurra abrirse paso dando empujoncitos: ese contacto físico se considera de muy mal gusto y le pueden abochornar. Lo correcto es exclamar "¡Excuse me!" (bien larga esa u) con voz firme y cierta impertinencia en el tono y, de inmediato, abrirse paso sin miramientos. El empujón ha de llegar siempre después de las excusas.

Si tiene la suerte de sentarse en hora punta dé por seguro que sentirá en sus costados los codos de sus vecinos lectores. No se queje. Piense que en vez de un lector podría tener a su lado a alguien comiendo. No es infrecuente el aroma inconfundible de un menú de McDonald's. A menudo se percibe aunque el tren esté vacío. Si es ése el caso, mire a su espalda y levante con cuidado ese periódico abandonado en la repisa de la ventana: debajo quizás haya una caja de cartón de la que asoman restos de pollo y patatas fritas embadurnados de mayonesa y ketchup.

Pero el metro de Londres tiene también compensaciones. Es un soberbio observatorio étnico y sociológico. Los colores de la piel le ayudarán a imaginar procedencias, pero es el silencio lo que distingue al local del forastero. Los londinenses apenas hablan en el metro. Los turistas nunca callan. En especial los españoles, convencidos de que nadie les entiende. "¿Pero dónde va el gordo este? ¡Si ya no cabemos!", se quejó una imprudente señora al tiempo que este corresponsal se introducía en el atestado vagón pidiendo excusas a empellones.

El metro londinense es, además, una joya arquitectónica, con medio centenar de estaciones catalogadas. Es una delicia visitar en una mañana de sol la delicada estación de Sudbury Town, en el tramo oeste de Piccadilly Line, una combinación de obra vista y rebozado con formas cilíndricas, curvas y rectangulares. O pasmarse con el futurismo de la estación de Arnos Grove y su entorno, una obra de 1920 que parece evocar un platillo volante. O admirar en la descuidada fachada de Clapham South el flexible diseño que permite a las estaciones londinenses adaptarse a una esquina por abierto o cerrado que sea su ángulo.

Vale la pena perder un día absorbiendo la modernidad del nuevo tramo de la Jubilee Line, inaugurado en la Navidad de 1999. Apabullan la inmensidad subterránea de la estación de Westminster y el vacío imponente creado por Norman Foster en Canary Wharf, iluminada hasta las entrañas a través de una visera de cristal derivada de los llamados fosteritos, las cubiertas que cierran las bocas del metro de Bilbao. Admira la osadía que Will Alsop disemina por la estación de North Greenwich, dominada por inmensos pilares de azul cobalto y por la sensación de que todo allí está suspendido en el aire. Como la candidatura de Londres para organizar los Juegos Olímpicos de 2012.

lunes, marzo 28, 2005

A pachas

Tique"¿A cuánto damos?". Varios que sacan el móvil para hacer la división, otros que intentan hacer alarde de cálculo mental, se redondea, se decide si lo que sobra es demasiado para propina, alguien que dice que pone más porque ha tomado postre. Finalmente se llega a un número, que se propaga boca a boca por la mesa y se repite varias veces para los despistados. Luego el revuelo de billetes, gente pidiéndole a su pareja que pague por él que luego se lo da, las manos poniendo y quitando del monton, que es mirado fijamente con indecisión y fastidio por alguien que sostiene un billete de 50 euros.

En el bar Camuñas toda esta ceremonia es mucho menos confusa ya que en el tique te dicen a cuánto sale por cabeza.

sábado, marzo 26, 2005

Banksy

Hoy en elmundo.es:
Un grafitero se cuela disfrazado en los principales museos de Nueva York y cuelga cuatro de sus obras.
Este londinenses
(sic) ya ha realizado 'visitas culturales' similares en la galería Tate de la capital británica y el Louvre(enlace)
La noticia está redactada con el habitual estilo chapucero de El Mundo, quizás por algún becario mal pagado que no se ha tomado la molestia de hacer un Google para informarse mejor (Banksy no es "londinense" ni tampoco "grafitero"). Merece la pena echarle un vistazo a la noticia de Reuters, y al sitio web del propio Banksy, donde se pueden ver las obras de arte manipuladas.

Banksy es uno de los personajes más conocidos de Bristol, un artista urbano cuya obra se encuentra en numerosos lugares de la ciudad. Su firma pintada en un puente de ferrocarril domina la entrada de Bristol por la autopista M32. Es célebre (y muy visible) un mural suyo que hay en Stokes Croft Road. Pero es por su trabajo en Londres que ha alcanzado la notoriedad.

Su técnica de trabajo favorita son las plantillas (stencils), a través de las cuales se rocía con un espray de pintura para obtener la imagen. Sus motivos suelen ser subversivos y chocantes, muy críticos con la sociedad y el orden establecido.

martes, marzo 22, 2005

Starbucks invade Madrid (II)

Escena ocurrida ayer en el Starbucks de la calle Orense.
- Quería un café con leche...
- De qué tamaño pequeño mediano grande?
- Pequeño... Oye, ¿y me lo podrías poner en una taza de verdad...?
- Eeh... claro... como tú lo quieras, lo que pasa, ehm, es que en estos vasos va a ser mejor, mantienen mejor el calor, te puedes llevar el café a casa si te sobra...
- No ya, es que a mí me gusta el café en taza.
- Como quieras, lo que pasa es que tengo que ir a buscarlos y...
- Bueno venga, pónmelo en vaso de papel
- Te he convencido, ¿eh?
- No, pero es que tampoco quiero ir de listillo por aquí...
Pagué los dos euros con quince (casi trescientas sesenta de las fenecidas pesetas). Recogí mi café, me fui a buscar el azúcar y las cucharillas y me senté en la mesa minúscula del fondo a disfrutar de la maravillosa experiencia del "tercer espacio".

Más sobre mi fobia a los Starbucks aquí: Starbucks invade Madrid. En El País Semanal del pasado domingo viene una entrevista interesante a Howard Schulz, el creador de la cadena. He encontrado una versión de esa entrevista en el Observer.

La hora del té

La gente que llega a Inglaterra de Europa, de turismo o para quedarse, suele venir con un montón de imágenes pintorescas sobre el país: gentlemen, bobbies, bombines, autobuses de dos pisos, los Beatles, el mal tiempo, y muchos más.

Uno de los tópicos más extendidos es el del five o´clock tea. Mucha gente me ha preguntado si los ingleses realmente se toman té a las cinco. La respuesta es que sí, claro que toman té a las cinco de la tarde, y también a las cuatro, a las seis, a las siete y por la mañana. Los ingleses toman té a todas horas. En la oficina donde trabajo, la gente suele ser inseparable de su mug, con el que con frecuencia peregrinan a la cocina para rellenarlo del brebaje estimulante. El único vestigio del five o´clock tea que queda es el uso (poco habitual) de la expresión "tea time" para referirse al periodo de tiempo entre las cuatro y las seis de la tarde.

El se suele preparar con bolsas, que curiosamente no suelen llevar ningún cordel con etiqueta, como suele ocurrir en España. Lo hay de varios tipos, de distinto sabor y fortaleza: English Breakfast, Earl Grey, Darjeeling, Ceylon, y otros. El agua se hierve mediante un calentador de agua eléctrico o kettle (un electrodoméstico comodísimo que es capaz de calentar el agua en cuestión de segundos) y se echa directamente al mug. Los ingleses suelen tomar el té con leche, que debe echarse en la taza antes que el té para que éste sepa mejor. Hace tiempo leí en el New Scientist una explicación científica del porqué de esto, que he olvidado.

En nuestros días, tomar té en Inglaterra es algo muy mundano y nada refinado. Nada que ver con esas estampas que todo el mundo tiene en la cabeza de grupo de señoras respetables y estiradas sosteniendo flemáticamente sus tacitas y tomando pastas. Quien quiera encontrar un sucedáneo de esto puede visitar un tea room. Se trata de un establecimiento donde se suelen servir meriendas de té con bollos, casi siempre para turistas o gente mayor. No son fáciles de encontrar en las ciudades (en Bristol no he visto ni uno, ni tampoco en Londres); sólo los he visto en algunos pueblecitos turísticos. Otra opción para quien quiera disfrutar el té de forma más especial es el cream tea. Es una merienda típica de Devon, en el suroeste de Inglaterra, servida en muchos pubs de allí. Yo lo probé en uno de Dartmoor, y me supo delicioso. Consiste en scones (una especie de panecillo dulce), mermelada, clotted cream (una especie de nata muy espesa para untar) y, por supuesto, té.

Y para concluir, una verdadera delicia: un artículo con consejos sobre cómo preparar el té escrito nada menos que por George Orwell.

sábado, marzo 19, 2005

Rugby en el aeropuerto de Bristol

Six nationsHe vuelto a la patria por Semana Santa. De nuevo, volar desde Bristol con Easyjet ha sido una delicia, rápido y cómodo y muchísimo mejor que Iberia o British Airways. El aeropuerto estaba bastante lleno pero no llegaba al nivel de agobio que suele ser Heathrow en periodo vacacional, desde donde solía viajar cuando vivía en Maidenhead.

A la hora a la que he estado allí, esperando a mi vuelo, estaban jugando Irlanda y Gales el partido de rugby que podía dar a esta última su primer Grand Slam desde 1978. La mayoría de la gente que esperaba en la terminal se reunía alrededor de dos televisores, siguiendo con interés y emoción el encuentro. Ésto ya lo había visto en otras ocasiones: cuando hay eventos deportidos importantes, como también hace poco durante la Eurocopa, en los aeropuertos y otros lugares públicos se suelen poner televisores para que la gente los siga. El interés de los británicos por las competiciones donde juegan selecciones nacionales suyas es muy grande, mucho mayor que en España. Al final Gales ganó, lo cual fue celebrado con gritos de júbilo por algunos de los presentes.

En otro orden de cosas, descubrí que hay vuelos directos desde Bristol a Chamberí.
Vuelos a Chamberí

viernes, marzo 18, 2005

Calles estrechas

Típica calle británica de doble sentido


Una de las particularidades de la conducción en el Reino Unido es que aquí es muy corriente que la calle más estrecha imaginable sea de doble sentido. En zonas residenciales casi siempre es así. Si circulando por una de estas calles te topas con otro coche viniendo en dirección contraria, uno de los dos tendrá que apartarse para dejar pasar al otro. La mayoría de las ocasiones esto no es un problema y se encuentra hueco en algún vado o aparcamiento libre donde meterse. A veces no hay manera y es necesario dar marcha atrás hasta encontrar donde apartarse para que el otro pase. En cualquiera de los casos el gesto será agradecido por el otro conductor mediante un saludo con la mano o un destello de luces.

Al principio esta costumbre me parecía un verdadero engorro. Uno viene con la mentalidad de conductor madrileño, de irritarse con cualquier obstáculo distinto de un semáforo o ceda el paso que te obligue a disminuir tu velocidad o incluso (cielos) pararte, como por ejemplo gente aparcando, algún coche que se intenta incorporar o ciclistas. Además parece que los ingleses lo hagan a mala idea. En las zonas céntricas, donde hay más tráfico y tiene más sentido que éste sea en doble sentido, las calles suelen ser de una sola dirección. Esto ocurre sobre todo en los pueblos. Cuando vivía en Maidenhead recuerdo lo fastidioso que era ir en coche al centro. Para entrar o para salir había que dar mil vueltas; al principio cuando no me conocía bien el lugar era tremendamente frustrante lo difícil que era llegar de un lugar a otro.

Ahora ya estoy acostumbrado y (como tantas otras cosas) empiezo a encontrarle sentido. El obligar a los conductores a parar para dejar pasar fomenta la conducción amable: si te acostumbras a hacerlo en calles estrechas, te costará menos hacerlo en resto del tiempo. En el Reino Unido la gente suele ser muy gentil y paciente al volante: cuando estás esperando para incorporarte a una calle principal puedes estar tranquilo que por mucho tráfico que haya en ésta más pronto o más tarde alguien te dejará pasar.

Otra ventaja de las calles de doble sentido es que limitas la velocidad en zonas residenciales (de hecho, a menudo en calles anchas se suelen poner estrechamientos de calzada artificiales para conseguir este efecto). Y en el caso de las calles céntricas de único sentido, seguramente evites congestión al tener un flujo de tráfico unidireccional.

En Madrid, y me imagino que en el resto de España, se sigue una filosofía distinta. En la mayoría de los barrios donde las calles no son muy anchas, como en el de Salamanca, se suelen alternar calles en un sentido y en otro.

Temas relacionados
Parquestrit: Urbanistas locos en el Reino Unido

martes, marzo 15, 2005

Edredones con chocolate

On the day I arrived in Madrid, Cardinal Antonio Maria Rouco Varela announced on the local news that, "In Madrid, there is sinning on a massive scale." It's not clear whether he was under contract with the Madrid Tourist Board to make such marketing statements, but it certainly set me up for the weekend.


El pasado sábado pude leer este artículo sobre Madrid en el suplemento de viajes de The Guardian, escrito con ese tono burlón y listillo tan inglés. Con los imprescindibles tópicos sobre que Madrid es la ciudad que nunca duerme etc, pero sorprendentemente sin mención a la siesta, costumbre que los ingleses creen a pies juntillas que los españoles seguimos todos los días después de comer (por mucho que les explico que la mayoría de la gente en Madrid no se echa la siesta sino que simplemente se toma su tiempo para comer, no hay manera de que me crean).

Curiosa mención a los churros ("long fried crispy sticks"), cuya ingestión "is rather like swallowing a duvet".

lunes, marzo 14, 2005

Maratón en la Cámara de los Lores

El viernes se aprobó por fin en la Cámara de los Lores la polémica ley antiterrorista que había sido protagonista de la actualidad política de lás últimas semanas. La ley, propuesta por el recientemente dimitido ministro del interior David Blunkett y ardientemente impulsada por su sustituto Charles Clarke, se enfrentaba a la oposición feroz de Conservadores, Liberal-democratas y un buen número de diputados laboristas, quienes estaban en contra de los recortes a las libertades fundamentales que autorizaba.

La nueva legislación permite la detención de ciudadanos sospechosos de ser un riesgo terrorista y la aplicación, sin necesidad de proceso judicial, de "control orders" o penas de limitación de libertad, como arresto domiciliario o la prohibición de usar teléfonos o Internet. El motivo por el cual el gobierno británico tenía tanta prisa por introducirla es la prescripción de la actual legislación antiterrorista, introducida en 2001 a raíz de los atentados en EE UU, y que recientemente fue declarada contraria a los Derechos Humanos por el Tribunal Supremo británico (los Law Lords, que forman parte de la Cámara de los Lores). En aplicación de esa legislación se internó en la prisión de Belmarsh a una serie de sospechosos de terrorismo, que llevan ya más de tres años sin ser llevados a juicio y en unas condiciones no muy distintas de las de los prisioneros de Guantánamo. Según el Gobierno, estos individos son un peligro para el país, pero las pruebas de su peligrosidad no pueden presentarse en un jucio por no ser legalmente admisibles o porque pondrían en peligro a agentes de inteligencia. El objetivo de la nueva legislación sería sustituir a la antigua y evitar que estos "peligrosos criminales" sean puestos en libertad.

Estos argumentos no impresionaron a la oposición, y la ley fue derrotada en la Cámara de los Lores el lunes pasado y devuelta a la Cámara de los Comunes, donde fue enmendada, enviada de nuevo a la Cámara de los Lores y rechazada otra vez. Este ping pong entre ambas cámaras continuó varios días hasta la maratoniana sesión de 32 horas del viernes, la más larga de la historia del parlamento británico, donde por fin las concesiones del Primer Ministro fueron suficientes para que fuese aprobada. Tony Blair se plegó (sin admitirlo) a la exigencia de la oposición de que la nueva ley tenga que ser revisada en unos meses, la célebre "sunset clause"; ésta se unía a las otras enmiendas concedidas a la oposición, entre ellas el que fuesen los jueces en vez de el ministro del interior quienes tuviesen capacidad de dictar las ordenes de control.

El revuelo que ha causado esta ley y las dificultades que han supuesto para el Gobierno aprobarla se pueden explicar por el clima preelectoral que se respira en el Reino Unido (las elecciones generales se espera que sean en mayo). También pone de manifiesto que los británicos se toman las libertades civiles muy en serio. Otros asuntos pendientes en la agenda del Gobierno, como la introducción de documentos de identidad obligatorios, son muy polémicos y se enfrentan a un gran rechazo por cuanto que son percibidos como una intromisión en intimidad del ciudadano. Pero no todo el monte es orégano, y paradójicamente el Reino Unido es el país europeo con más cámaras de vigilancia en lugares públicos.

En cualquier caso, casos como este refuerzan mi admiración por el sistema parlamentario británico y la madurez de su democracia. La crónica política en los medios de comunicación serios suele estar dominada por debates como éste, u otros igual de importantes: educación, pensiones, economía. El hecho de que diputados del partido en el Gobierno se rebelen contra éste no es tan raro, y ya ocurrió hace no mucho con la guerra de Irak o la subida de las tasas universitarias; demuestra un vigor democrático digno de aplauso.

Por contra, en España la democracia que tenemos es de bastante poca calidad. Es comprensible ya que apenas tiene más de veinte años, mientras que el sistema parlamentario inglés se remonta a siglos atrás. Pero deberíamos ser conscientes de ello y no dormirnos en la autocomplacencia. Los tiempos que corren son especialmente deprimentes. Temas tan estúpidos como si el catalán y el valenciano son la misma lengua o si se ha de hacer tañer las campanas para conmemorar el 11M levantan más interés en los medios y en buena parte de la opinión pública que otros más serios y acuciantes. Iniciativas como el reciente plan del Gobierno para mejorar la competitividad del país pasan sin pena ni gloria pese a la importancia de la cuestión, y el debate político sobre educación se limita a algo tan anecdótico como si la asignatura de religión ha de ser obligatoria o no. La opinión pública sigue la política como si se tratara de fútbol, apoyando al partido político de su elección sin reconocer sus errores y criticando con saña el partido enemigo sin cederle el menor crédito por sus aciertos. Los partidos políticos son organizaciones monolíticas donde cualquier disensión es combatida como signo de debilidad y toda votación ha de ser unánime. Y los medios participan de este embrutecido panoráma político alimentando polémicas estériles y alinéandose con los bloques políticos tradicionales sin mostrar la menor independencia.

viernes, marzo 11, 2005

11M

Se cumple un año desde los atentados de Madrid. La efemérides es recordada en casi todos los medios británicos, como la BBC, el Guardian y el Independent.

Hace un año, escuché las primeras noticias del atentado en la radio del coche, yendo de camino al trabajo. Al principio hablaban de unas decenas de víctimas. Al llegar a la oficina la magnitud de lo sucedido empezó a manifestarse a medida que los datos y el número de muertos se iban concretando. Ese día no pude concentrarme mucho. Estuve conectado toda la mañana a la retransmisión por Internet de CNN+, que excepcionalmente se daba en abierto, viendo las mismas imágenes una y otra vez, hipnotizado y lleno de horror. A mi alrededor, la gente se interesaba educadamente, pero nada más.

Nadie de mi circulo de familia y amigos se había visto afectado. Pero supe de dos o tres amigos de amigos que habían muerto. Varias veces nos juntamos el grupo de españoles de la empresa para participar en la conversación que en esos momentos estaba reproduciéndose en toda España y fuera de ella: ¿quién había sido?

Supe de la masiva manifestación que se iba a realizar en Madrid y en las ciudades de toda España y sentí una rabia inmensa de no poder estar ahí. En el Reino Unido, como en toda Europa, la noticia ocupó durante varios días lugar preferente en todos los medios de comunicación, aunque pese a la cercanía noté bastante menos impacto que el que habían causado los atentados del 11 de septiembre en EE UU. La mayor preocupación de los británicos era si un atentado así era posible en el país, ya que el Reino Unido había participado en la invasión estadounidense de Irak, y todos daban por hecho que los atentados de Madrid (Madrid bombings, como los llamaron) habían sido consecuencia de la colaboración española en la ocupación de ese país.

Me quedó el único consuelo de ir a Londres el viernes por la tarde, donde se celebraba una misa en la catedral católica de Westminster, de la que me había enterado a través de Latin Connection UK. El templo estaba lleno de españoles, latinoamericanos y no pocos ingleses. La celebración fue oficiada fría y mecánicamente por el Nuncio del Vaticano en el Reino Unido, Pablo Puente, y dudo mucho que reconfortara a ninguno de los presentes. Al final de la misma, la breve intervención del cardenal Cormac Murphy-O'Connor, presidente de la conferencia episcopal de Inglaterra y Gales, fue mucho más sentida y calurosa. A la salida de la Iglesia, la gente parecía resistirse a volver a casa, y se quedaba ahí, desorientada. Unos pocos grupos de personas portaban banderas y pancartas y gritaban consignas en contra del terrorismo y a favor de la paz, pero la mayoría de la gente permanecía callada, reunida en corrillos. En Internet había leído a gente que proponía organizar una concentración en frente del consulado, no muy lejos de allí, pero no fui, y tampoco sé si tuvo éxito porque no estaba respaldada por la Embajada.

Afortunadamente, pude quitarme el mal sabor de boca el domingo en Bristol. Nos enteramos que iba a haber una pequeña concentración de españoles en College Green, el parque que hay en frente del Ayuntamiento, cerca del Centro, y allí fuimos. Había unas cuantas decenas de personas, reunidos en silencio en torno a un modesto memorial consistente en una pancarta, flores, una bandera con crespón negro y velas, que no había manera de encender por culpa del viento. La mayoría eran españoles, pero también había muchos ingleses que pasaban por ahí y se habían incorporado al grupo. Estuvimos allí durante unos cuantos minutos. Fue bastante bonito y sincero, nada estridente ni forzado. Pasando más tarde por ahí, cuando ya se había ido todo el mundo, vi unos cuantos adolescentes, de los que están a todas horas en ese mismo lugar practicando el monopatín, inclinándose sobre el "altar", incluso intentando volver a encender algunas velas apagadas. Ese gesto de respeto me conmovió bastante, y también el que el memorial permaneciera allí durante varios días, respetado por los bristoleños y sin que ningún vándalo lo ultrajase.

jueves, marzo 10, 2005

Entrevistas contrarreloj en Today

Los días de semana, por las mañana, suelo escuchar el programa Today, de BBC Radio 4. Es un programa de noticias muy prestigioso que, según se dice, dicta la agenda política británica de cada jornada. Todos los días entrevistan a personalidades de primera línea, tanto británicas como de todo el mundo. Hoy sin ir más lejos han estado, en entevistas distintas, Tony Blair y Hillary Clinton. Today es un monstruo de programa, que recomiendo a todo el mundo. Está disponible en Internet.

Suelo escuchar la última media hora en el coche, de camino al trabajo. Para entonces, la mayor parte de las entrevistas y reportajes interesantes ya me los he perdido. Sin embargo, llego a tiempo para un "espectáculo" que nunca deja de sorprenderme. Para terminar el programa, suelen hacer una entrevista a varias bandas con dos o tres invitados, que debaten brevemente sobre algún tema de interés general relacionado con alguna de las noticias del día. La mayoría de las veces suele tratarse de gente desconocida, aunque la semana pasada, por ejemplo, trajeron a Timothy Garton Ash, un columnista bastante conocido. Hoy el tema era si el hombre está programado genéticamente para tener creencias religiosas.

Pero no es eso lo destacable de estas entrevistas, sino su formato: apenas cinco minutos antes del final del programa. Que siempre son menos porque el retraso de las anteriores secciones se acumula, de modo que a menudo sólo quedan dos o tres minutos. Es increíble el partido que le sacan a ese tiempo tan limitado. Todos los días me maravillo de la destreza de los responsables del programa exprimiendo hasta el último segundo de su tiempo. La mayoría de las veces los mini-debates son pacíficos y sosegados, pero no es raro que los participantes se enzarcen en acaloradas discusiones que han de ser atajadas por el locutor. Otras veces, los invitados, supongo que conscientes de que el país entero les escucha, se extienden en larguísimas peroratas que son cortadas con destreza y sorprendente educación segundos antes de las señales horarias. Son finales frenéticos, a contrarreloj, que demuestran una profesionalidad radiofónica poco habitual.

miércoles, marzo 09, 2005

Interruptores

Si el lector de estas líneas es español y ha pasado una temporada mediantamente larga en Inglaterra, estoy seguro de que más de una vez, ya de vuelta a su país, se habrá encontrado en casa palpando la pared a la entrada de una habitación, buscando sin éxito el interruptor de la luz. Esto es porque se habrá acostumbrado a la altura a la que los interruptores se colocan en el Reino Unido, a un poco menos de metro y medio del suelo. En España, se suelen poner más bajos, más o menos a la altura de la cintura. No sé por qué.

Algo similar puede que le ocurra al ir al baño: que en la puerta tantee el aire como quien busca la cadena del water. Esto es debido a que para encender la luz del baño en las casas particulares inglesas no hay interruptor sino un cordel que cuelga del techo al lado de la puerta y del cual hay que tirar. No sé por qué esto es así; debe de tratarse una medida de seguridad para evitar cortorcircuitos (por el mismo motivo, me imagino, en los baños británicos nunca suele haber tomas de corriente).

Acostumbrarse a las idiosincrasias del manejo de los interruptores británicos es uno de tantos otros choques culturales a los que se enfrenta el expatriado. Y sin embargo es sorprendente y significativo lo rápido que se habitúa uno, sobreescribiendo costumbres adquiridas durante toda una vida en la patria de modo que al volver a ella se reproduce el desconcierto inicial.

interruptor inglésEn el Reino Unido casi todos los interruptores que hay en las viviendas tienen el aspecto de la imágen de la izquierda. Este modelo está tan extendido que en muchas tiendas venden pegatinas adaptadas a su forma como la imágen de la derecha (puedes encontrarlas igual de horteras o peor aquí).

Las diferencias entre países se pueden encontrar en detalles tan nimios como la altura o forma de los interruptores. Descubrir este tipo de particularidades triviales de cada lugar siempre me ha atraído mucho, aquí en Inglaterra o cuando viajo a otros lugares del mundo.

lunes, marzo 07, 2005

Dialectos del inglés en el Reino Unido


Ayer descubrí este sitio web de la British Library: se trata de una colección de varios centenares de grabaciones de distintos dialectos del Reino Unido, la mayoría realizadas recientemente pero algunas remontándose a los años cincuenta. Cada grabación, en formato RealAudio, cuenta con un breve análisis describiendo las particularidades fonológicas, gramaticales y de vocabulario. Estuve durante casi una hora escuchando esos fragmentos de audio, maravillado por la variedad de acentos y entonaciones que hay en este país. El propio tema de las grabaciones es también muy interesante: personas de distinto sexo, edad y extracción social recordando acontecimientos de la infancia, explicando recetas de cocina, o contando cualquier historieta.

Nada que ver con el inglés que aprendí en el colegio, o en la tele en aquel mítico programa "Follow Me" de los ochenta, o más tarde con las extravagantes historias de "Muzzy". Durante el aprendizaje del inglés para extranjeros, como pasa con cualquier otra lengua, se suele utilizar como canon el inglés "culto". La norma "culta" estadounidense es el General American; en el caso británico se denomina Received Pronunciation (RP), conocido de forma más informal como "BBC English" o "Queen's English".

Hasta hace unos años el prestigio de la Received Pronunciation era inmenso, considerándose cualquier otro acento como de menor categoría e incluso inculto. Desde hace unas décadas, sin embargo, ha florecido el respeto hacia los dialectos regionales británicos, no ya sólo el escocés o galés sino hacia los múltiples distintos dialectos que se dan en Inglaterra. Es muy habitual ahora la presencia de todo tipo de acentos en la radio o la televisión. Uno de ellos en particular, el llamado genéricamente Estuary English, hablado en la zona suroeste de Inglaterra, la más rica del pais, disfruta de tremenda influencia, y a menudo es preferido por los hablantes más jovenes frente al RP por sonar menos "pijo". Su ascendiente es tal que hasta la Reina Isabel está cogiendo dejes. Este acento comparte determinadas características con el famoso Cockney londinense. La más aparente es la pronunciación de la ´t´ como glottal stop(creo que se traduce por parada glotal), sonido que no existe en español y que consiste en interrumpir el flujo de aire entre vocales. Otra característica es la tendencia de pronunciar la ´l´como una especie de ´w´ vocálica.

He intentado informarme pero aún no tengo una idea clara de cuántos otros dialectos diferenciados hay en Inglaterra. En la Wikipedia se da una clasificación. A grandes rasgos, se podría hablar del mencionado dialecto del suroeste, dialectos del suroeste (del West Country), del centro de Inglaterra (las Midlands) y dialectos del norte. Pero es una clasificación muy burda, puesto que se dan casos como el de Liverpool donde el dialecto (Scouse) es totalmente distinto del de Manchester, que está a unos pocos kilómetros al este. Cada dialecto consta de ciertas particularidades que afectan a la gramática y al vocabulario pero sin duda las distinciones más grandes son el acento y entonación, y sobre todo, la pronunciación de las vocales. En Bristol hay un dialecto o acento particular, que yo aún no he logrado distinguir. Por lo visto se ha visto popularizado por el personaje de Vicky Pollard en el programa de televisión de enorme éxito Little Britain.

Comparado con el Reino Unido, en España el castellano se habla de manera bastante uniforme, o eso me da la impresión. Desde luego el acento de determinadas regiones es bastante característico, en particular en el sur, pero a menudo gente proveniente de ciudades a cientos de kilómetros de distancia hablan exactamente igual. El caso del Reino Unido no es único en Europa sino todo lo contrario: en países como Alemania o Italia también hay diversos dialectos bastante distintos del alemán o italiano estándar, respectivamente.

jueves, marzo 03, 2005

Estanterías vacías

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Ayer, poniendo un poco de orden en mi ordenador, encontré la foto de arriba, tomada hace unos años en el Tesco de Maidenhead. Tesco es la mayor cadena de supermercados británica y una de las empresas de distribución más grandes de Europa.

La foto es de un cajón refrigerador donde disponían la carne. No sé si se aprecia bien en la imagen pero está prácticamente vacío. La foto la tomé a media mañana un domingo, día en que los supermercados británicos parecen sacados de un país comunista (sin las colas). Un amigo mío que había trabajado en un hipermercado español me lo explicaba en una ocasión: esa situación tenía hasta nombre específico: rotura de stock. Se refiere a cuando en un comercio las estanterías se desabastecen de determinados productos. Este amigo me contaba que les obligaban a evitar esta situación a toda costa. Me di cuenta de que era cierto: en España es muy infrecuente encontrar algún producto agotado.

En el Reino Unido esto no es así. Indudablemente se trata de una práctica destinada a minimizar pérdidas: cuanto menos tiempo dura la mercancía en las estanterías, más beneficio. Como digo, esta situación llega al extremo los domingos, día siguiente a la gran orgía compradora que es el sábado. Encontrar los supermercados en ese estado lamentable era siempre motivo de irritación para mí, acostumbrado a las grandes superficies en España con sus estanterías llenas a rebosar de artículos primorosamente ordenados en fila.

Hay otras prácticas que se dan en el país británico que son impensables en España. Una de ellas es que aquí suele haber un cajón donde se venden a precio rebajado productos con el empaquetamiento estropeado: latas abolladas, cajas arrugadas, etc. Algún otro día me extenderé más sobre los supermercados británicos.

miércoles, marzo 02, 2005

Mi vida en tiques

Ayer estuve echando mirando mis tiques de compra. Tengo guardados todos los recibos desde un poco antes de que me mudase a Bristol. El motivo no es que sea un maniático compulsivo. Desde hace unos meses ya no tiro los tiques a la basura sin más, sino que procuro usar un destructor de documentos para deshacerme de aquellos que tienen información sobre mi tarjeta de crédito. Admito que quizás sea un poco exagerado hacer esto, pero desde luego no es descabellado. Los datos completos de número de tarjeta y fecha de caducidad aparecen en un número sorprendente de tiques. En otros algunas cifras no aparecen, pero a menudo se puede juntar un recibo que omite las cuatro últimas cifras del número de tarjeta con otro que omita las cuatro primeras, obteniendo la información completa.

Hasta ayer no había tenido ni tiempo ni ganas de despachar la pila de tiques que se me había ido acumulando. Delante de mis ojos desfilaron las últimas visitas a restaurantes en Maidenhead, las primeras compras en el Ikea y el Argos para la nueva casa en Bristol, los Zara y Springfield de Navidades en España, el iPod que me compré en el Corte Inglés, y las periódicas compras semanales en el Sainsbury´s. Al final no tiré ningún recibo. Me dio pena. Todos esos tiques eran una buena síntesis de lo que ha sido mi vida durante los últimos meses. En esa sucesión de gastos me podía reconocer a mí mismo: en esos gastos prosaicos, interesantes como testimonio de la vida cotidiana (comida, artículos de limpieza, etc) y en esos otros mucho más personales: libros, DVDs, discos, restaurantes. Todos ellos señalando mis curiosidades y deseos, a menudo vanos. En cada una de esas compras estaba buscando algo. El consumo como forma de expresión de uno mismo.