martes, julio 26, 2005

Después de los atentados

Tiene gracia. Cuando el Reino Unido se recuperó con sorprendente rapidez de los ataques terroristas del 7 de julio, todos nos maravillamos, y los medios extranjeros se empacharon de evocar el estereotipo de la flema inglesa, presentándonos a los londinenses como heróicos ciudadanos resueltos a no dejarse intimidar por la violencia terrorista. Con el sucesivo intento de matanza posterior, los mismos medios decidieron caprichosamente cambiar esta estampa y sustituirla por otra igual de sentimental y arbitraria en la que la población de la capital británica se veía invadida por el pánico y la agitación. Al no vivir en Londres no puedo hablar con autoridad, pero me da la impresión de que ninguna de las dos visiones se ajusta a la realidad. La vida sigue más o menos igual que siempre.

Llevamos ya varias semanas en las que la amenaza terrorista es la preocupación número uno de la opinión pública, y la luna de miel entre esta y los medios y el primer ministro Tony Blair empieza a resquebrajarse. A los pocos días de los atentados del 7 de julio, ya surgían voces en la prensa relacionándolos con la participación británica en la invasión y ocupación de Irak. Los políticos han sido más cautos, y en un principio sólo el incendiario George Galloway se atrevía a cargar contra el primer ministro por haber puesto en peligro al Reino Unido con su participación en la guerra. Tony Blair se ha visto obligado a negar relación alguna entre ésta y los atentados, y ha sufrido el embarazo de ver cómo tanto el Real Instituto de Asuntos Internacionales (conocido como Chatham House) como un informe de inteligencia opinaban precisamente lo contrario.

El siguiente tropezón de Blair ha sido el terrible error de la policía, que el viernes pasado mataba por error a un pobre chico brasileño confundiéndolo con un terrorista. Jean Charles de Menezes, un electricista de 27 años llegado a Londres hacía 3 años con un visado de estudiante, tuvo la mala fortuna de salir de un bloque de edificios vigilado por la policía vestido con una ropa de abrigo que atrajo las sospechas de los agentes, quienes temieron que podría llevar explosivos debajo. El brasileño cogió un autobús hasta cerca de la estación de metro de Stockwell. Allí se apeó, momento en el que los agentes que lo iban persiguiendo le dieron el alto. El joven, por el motivo que sea, reaccionó con miedo y huyó hacia dentro del metro saltando los torniquetes, pero sus perseguidores lograron atraparlo en el andén. Le tiraron al suelo y, ante la aterrorizada mirada de los pasajeros de alrededor, le descerrajaron 8 tiros a bocajarro a la cabeza, que lo mataron instantáneamente.

Esta trágica muerte ha levantado mucho revuelo. Tanto el Gobierno como la policía se han apresurado a manifestar su desolación por el luctuoso hecho, aunque sin mostrar arrepentiento por haber autorizado la política de tirar a matar para hacer frente a los terroristas suicidas. Incluso se afirma que casos como éste pueden repetirse. Se alude a la situación de tremenda presión de la policía, en cuyas manos está la seguridad de toda la población. Sin embargo hay muchas incógnitas por explicar. ¿Quién dio la orden de abatir al joven? ¿Si se le consideraba una amenaza, por qué se le permitió subir al autobús? ¿No demuestra el elevado número de disparos nerviosismo o inexperiencia por parte del agente? La actuación de la policía ha sido muy escrutada durante estos días por los medios de comunicación, pero la mayoría de ellos es bastante benigna con la policía y el Gobierno. Algunos, como el Daily Mail o el alcalde de Londres Ken Livingston, se han atrevido ha afirmar que el pobre chico es una víctima del terrorismo y no de la policía, interpretación muy cuestionable que es análoga a la de los apologistas del terrorismo, que cuando ocurre un atentado culpan al Gobierno de turno por no plegarse a las exigencias de los terroristas. Personalmente, si bien comprendo la política de shoot-to-kill, me pregunto si es justo que la policía quede impune de este homicidio. Al fin y al cabo, si voy yo y, involutariamente, provoco la muerte de otra persona, es muy probable que me metan en la cárcel. ¿Qué base legal tiene este distinto rasero?

Otra cosa que me llama la atención es la relevancia grande que se le ha dado a la muerte del brasileño, casi pareja a la de los atentados. Teóricamente, el asesinato suicida premeditado de decenas de personas y el sucesivo intento fallido de perpetrar otra masacre similar son eventos de magnitud muchísimo mayor que la muerte accidental del joven. Desde luego lo crudo de las circustancias de éste homicidio lo hacen más impactante. Pero quizás sea también que para la mente occidental es un suceso más familiar, para el cual hay una serie de reacciones automáticas (compasión por la víctima, recelo hacia la policía, búsqueda de culpables) que surgen sin dificultad, y que preferimos a tener que afrontar el desconcertante fenómeno del terrorismo suicida.

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