Ayer estuve echando mirando mis tiques de compra. Tengo guardados todos los recibos desde un poco antes de que me mudase a Bristol. El motivo no es que sea un maniático compulsivo. Desde hace unos meses ya no tiro los tiques a la basura sin más, sino que procuro usar un destructor de documentos para deshacerme de aquellos que tienen información sobre mi tarjeta de crédito. Admito que quizás sea un poco exagerado hacer esto, pero desde luego no es descabellado. Los datos completos de número de tarjeta y fecha de caducidad aparecen en un número sorprendente de tiques. En otros algunas cifras no aparecen, pero a menudo se puede juntar un recibo que omite las cuatro últimas cifras del número de tarjeta con otro que omita las cuatro primeras, obteniendo la información completa.
Hasta ayer no había tenido ni tiempo ni ganas de despachar la pila de tiques que se me había ido acumulando. Delante de mis ojos desfilaron las últimas visitas a restaurantes en Maidenhead, las primeras compras en el Ikea y el Argos para la nueva casa en Bristol, los Zara y Springfield de Navidades en España, el iPod que me compré en el Corte Inglés, y las periódicas compras semanales en el Sainsbury´s. Al final no tiré ningún recibo. Me dio pena. Todos esos tiques eran una buena síntesis de lo que ha sido mi vida durante los últimos meses. En esa sucesión de gastos me podía reconocer a mí mismo: en esos gastos prosaicos, interesantes como testimonio de la vida cotidiana (comida, artículos de limpieza, etc) y en esos otros mucho más personales: libros, DVDs, discos, restaurantes. Todos ellos señalando mis curiosidades y deseos, a menudo vanos. En cada una de esas compras estaba buscando algo. El consumo como forma de expresión de uno mismo.
1 comentario:
Siii? Y cuantos tenias del Fopp?
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