Julian Cope es desde mis tiempos en la Universidad mi artista de rock favorito: sus obras maestras Peggy Suicide, Jehovahkill y Autogeddon son lo más preciado de mi discoteca. No es muy conocido, al menos fuera del Reino Unido; tuvo su momento de gloria en los ochenta, primero formando parte de Teardrop Explodes, una banda neopsicodélica de la misma hornada liverpuliense que Echo and The Bunnymen, y luego en solitario. Alcanzó cierto éxito comercial, hasta que historias sobre su extraño comportamiento en escena y su abuso de drogas alucinógenas hicieron que el gran público lo tachara mentalmente como un Syd Barrett más y se olvidara de él para siempre.
Sin embargo, Cope siguió su carrera, ya para una audiencia mucho más minoritaria, y en a principios de los noventa sorprendió con una serie de álbumes brillantes (los que menciono más arriba), originalísimos y llenos de ideas. Estos trabajos cubrían un abanico musical muy variado difícil de clasificar: pop luminoso, sonidos acústicos, rock salvaje y menos salvaje, psicodelia e incluso musica de baile. Los excesos de su etapa anterior parece que quedaron atrás, aunque para nada se atenuó su excentricidad; más bien se consolidó. Paralelamente a su carrera musical, desarrolló un interés grande por los monumentos prehistóricos, que le llevó a escribir una aclamada a la vez que heterodoxa guía de restos en el Reino Unido, The Modern Antiquarian. También escribió un libro sobre otra de sus pasiones: el krautrock, especie de rock cósmico alemán de los setenta. Hacia finales de los noventa, su peculiar visión del mundo y sus creencias neopaganas empezaron a pesar demasiado sobre su música y su creatividad entró en declive. Dejó el sello Island, y se pasó a Echo, y más tarde a su propio sello, Head Heritage. Su carrera musical se hizo más difícil de seguir y pasó a ser más minoritaria aún. Le perdí el rastro, pensando que ya se había retirado.
Hace un par de meses tuve la oportunidad de ir a verlo a Bath a una charla que dio en una librería sobre Megalithic European, una guía de monumentos megalíticos en nuestro continente. Fui con mucha curiosidad, con la idea de encontrarme un personaje desquiciado, quizás fanático. Fue una gran sorpresa; lo encontré excéntrico sin duda, pero centrado e interesante: un comunicador fluido y erudito. Mi interés por él se renovó grandemente. Poco después me enteré de que iba a tocar en Bristol y no pude creer mi suerte. No tardé ni dos días en comprar las entradas.
El concierto fue el viernes pasado en el Fleece, un pub/sala de conciertos de mediano tamaño (200 personas de aforo) cerca de Victoria Street. En al entrada venían las 8 de la tarde como hora de comienzo pero por primera vez fui listo y aparecí a las ocho y media, ahorrándome la espera. Poco después de que llegara aparecieron los teloneros, Litmus, tocando una especie de rock progresivo con sintetizadores a lo Doctor Who: espesos e infumables. Tocaron un poco más de media hora. Me pareció que hacia el final el cantante hizo un comentario dolido al ver que nadie le pedía un bis. Pero lo tocaron igual.
Luego vino una espera de las habituales en el múndo de los conciertos: unos tres cuartos de hora, en una sala que ya estaba bastante llena (las entradas estaban agotadas), escuchando a Kim Fowley de música ambiental y defendiendo el medio metro cuadrado de espacio en el que me había hecho fuerte, desde donde no se veía mal el escenario. Aproveché para curiosear a mi alrededor qué tipo de gente es fan de Julian Cope: la mayoría treintañeros y no pocos cuarentañeros. Muchas greñas, desaliño, y sutil aire de tío raro. Algún punkoide de piel remachada. Muchas novias o esposas resignadas.
Al fin apareció el hombre. Vestía todo de negro: gafas de sol, sobrero de cuero, camiseta descolorida de una gira de hace años y botas militares. Melenas y barba recortada. Los músicos que le acompañaban parecían más jóvenes, quitando el teclista. Varios de ellos iban con la cara pintada. Empezaron fuerte, tocando Hanging up and hanging out to dry, una de mis canciones favoritas. Me sonó bien aunque la voz era ahogada demasiado por los instrumentos. Cope, pese a su aspecto ya maduro (debe rondar los cuarenta y muchos), dio un asombroso espectáculo de contorsiones simiescas encima del soporte del micrófono. Este soporte fue uno de los protagonistas del concierto: una gruesa barra de metal extensible, con forma de L invertida y ganchos a los lados como los de los postes telefónicos para que Julian pudiese trepar por ellos y quedarse erguido mirando al público, como un pájaro exótico pero sin jaula.
Las siguientes canciones no las conocía: Motherfucking-no-sé-qué, My Pagan Ass, y Gimme Head, de su nuevo disco. No estuvieron mal, especialmente la segunda, que no es de Cope propiamente sino de su grupo paralelo Brain Donor. El tono del concierto era claramente de rock de garage, muy a lo Iggy Pop. Sin embargo, el sonido no era bueno: y la voz, algo quebrada debido a tanto malabarismo, se perdía bajo un barullo de guitarras ininteligibles.
Julian sacó la guitarra Flying V, y se acabaron las convulsiones sobre el micrófono. A continuación tocó Highway to the sun y Necropolis, que fue otro de los momentos brillantes del concierto. Le siguió otro tema de su nuevo disco: Feels like a crying shame, que sosegó el tono de rock salvaje de hasta el momento con un ritmo más melódico, en la onda de su etapa Jehovahkill. Poco duró la tranquilidad: la siguiente canción fue S.T.A.R.C.A.R., con su preludio psicodélico y en la que el guitarrista nos infringió un largo solo in crescendo que acabó en el paroxismo y el ruido blanco ante el desconcierto del público.
El resto del concierto flojeó un poco. Tocaron Hell Is Wicked, del nuevo album, Double Vegetation y una decepcionante version Space Hopper, desafinada y sin ese ritmo que en el disco la hace tan bailable. Julian Cope también empezó a desbarrar. Se volvió a desprender de su guitarra y retomó sus contorsiones con el soporte del micrófono. Dejó el escenario y fue a saludar al público, caminando sobre la barra del bar. Durante todo el concierto Cope se mostró muy cercano al público, hablador y bastante bufonesco, con aspecto evidente de estar pasándoselo muy bien. En un momento hilarante dijo que el concierto le estaba gustando mucho y que tenía un montón de canciones más preparadas, y preguntó, totalmente en serio, hasta qué hora solíamos quedarnos por la noche en Bristol. Cuando le dijo alguien del local que sólo tenía media hora más puso cara de sorpresa y decepción.
La actuación terminó con el colofón más apropiado: Reynard The Fox, para satisfacción de un par de fans que desde las primeras filas no paraban de gritar pidiéndola en cada intermedio entre canciones. Y pensé, "ay", porque la canción tiene un intermedio recitado. En el que, como temía, Cope se extendió durante larguísimos minutos improvisando incoherencias, balanceándose furiosamente encima del soporte del micrófono.
Volví a casa con emociones contradictorias. Musicalmente hablando, el concierto fue un poco decepcionante: un sonido bastante malo y una interpretación que no está a la altura de las grabaciones de estudio. Se centró mucho en sus canciones más rockeras, sin apenas tocar ninguna de sus canciones más acústicas, que son mis preferidas. El espectáculo eso sí fue demoledor. No había visto a nadie moverse con tanta destreza de una manera tan salvaje sin romperse la crisma. Y por supuesto está el haber podido ver a Cope en directo después de tantos años; sin duda alguna mereció la pena.
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