Mi afición por el fútbol es bastante moderada. Cuando vivía en España, solía seguirlo con cierto interés. Los primeros años de vivir en Inglaterra tuve de housemate, allá en Maidenhead, a un forofo catalán que, con fervor inquebrantable, ejercía de misionero culé proclamando el evangelio barcelonista a quienquiera que se pusiese a tiro a su alrededor. Alguna vez lograba que algún inglés, que hasta el momento había sido partidario del Madrid, se cambiase y se hiciese admirador del Barça, algo de lo que luego se sentía tremendamente orgulloso. A mí, seguidor madrileño del Madrid, sabía que no me podía convencer, pero aún así no cejaba en presentarme argumentos objetivos por los que el Barcelona era esencialmente mejor equipo que el Real Madrid. Gracias a estas incesantes discusiones, siempre amistosas, lograba mantenerme al día de lo que ocurría en la Liga Española.
Ahora que vivo en Bristol no tengo a mi alrededor a nadie a quien le guste el fútbol, así que estoy totalmente desconectado. Ni siquiera los ingleses del trabajo me dan la vara preguntándome por Beckham: la mayoría de ellos son aficionados al rugby. Pese a todo, este sábado me levanté resuelto a no perderme el clásico Madrid-Barça. Todos los años procuro verlo sin falta, junto con el Barça-Madrid, como si de un precepto religioso se tratara. Es una de tantas costumbres y rutinas con las que trato de mantener el contacto con la patria. Viviendo en Inglaterra he tenido suerte: he podido ver casi siempre estos partidos por la televisión. En todas las ocasiones ha sido en pubs: la rivalidad entre el Real Madrid y el Barça y la solera de estos dos equipos son tales que el duelo entre ambos es capaz de levantar el interés a una afición tan ombliguista como la inglesa. No es difícil encontrar garitos donde conecten con la retransmisión de este clásico del fútbol español, siempre disponible por cable o televisión digital en Sky Sports.
En esta ocasión probé suerte en el Clifton Wine Bar, un pub bastante conocido de la ciudad. Aunque en un principio no tenían pensado poner el partido, no tuvieron ningún inconveniente en hacerlo, después de comprobar que su horario no coincidía con ningún evento deportivo británico. Como en España se va a los bares, muchos británicos se reunen en el pub para ver por la televisión distintos eventos deportivos, sobre todo fútbol y rugby. En España la gente suele (o solía) conformarse con el típico bar de viejos con televisión destartalada en la esquina; en el Reino Unido, los pubs suelen contar con instalaciones sofistícadísimas de pantallas de plasma y proyectores de video. Muchos pubs hacen de proyectar encuentros deportivos su razón de ser, y ofrecen hasta mini-salas de proyección con asientos orientados hacia una pantalla gigantesca, como si fuesen verdaderos mini-cines.
En el Clifton Wine Bar los medios eran más "modestos": un proyector de televisión y un par de televisiones repartidas por el local. Como esperaba, los ingleses se pusieron a ver el partido con interés, jaleando y celebrando las mejores jugadas y los goles (que, me duele decir, fueron todos del Barcelona). Curiosamente, las raras ocasiones que el equipo atacante era el Real Madrid también mostraban el mismo interés. Evidentemente, no les importaba mucho quién ganase: se conformaban con disfrutar de las delicias del buen juego.
Su disfrute, sin embargo, era mi desdicha. El Madrid se ahogo en un auténtico baño de juego del Barça, perdiendo de tres goles. Me consolaba saber que mi congoja, en esos momentos, era compartida por de miles de paisanos, y además esto me hacía sentirme un poco más cerca de casa. Aunque, en el fondo, el resultado tampoco me preocupaba tanto: me tranquilizaba saber que el bienestar material de los derrotados no estaba en peligro.
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