Algo que me llama mucho la atención de Bristol es que no cuenta con un servicio regular de barrenderos. En estos días de otoño, las hojas que caen de los árboles se acumulan a montones a lo largo de los bordillos durante semanas sin que nadie las recoja. De la humedad y el tránsito de peatones y coches acaban aplastándose y pudriéndose, pintando el asfalto y las aceras con sus pigmentos amarillentos y causando más de un resbalón a los viandantes descuidados. Pasados varios días, al fin, los vehículos aspiradores se dignan a aparecer para adecentar las calles, asistidos por operarios con mochilas sopladoras de hojas, artilugios que, por cierto, siempre me han parecido ridículos.
Es como sí las autoridades municipales de Bristol no fuesen capaces de concebir la limpieza urbana sino como una tarea logística complicadísima para la que es preciso coordinar ejércitos de empleados. Con los chicles pasa algo similar: las aceras del centro están tachonadas de cientos de manchas oscuras, producto de la fosilización de gomas de mascar tiradas al suelo por guarros incívicos y apisonadas durante meses por los transeuntes. Pero llega un día que la calle es tomada por cuadrillas de operarios con lanzas de agua hirviendo a presión, que metódica y trabajosamente arrancan estas suciedades del suelo. La acera queda impoluta, pero yo juraría que contratar a un barrendero que pasase por ahí todos los días les saldría más barato.
1 comentario:
De la mayoria de los manchurrones que hay en el suelo del centro de Bristol tienen la culpa las gaviotas. Se alimentan muy bien ;)
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