Voy a levantar el cierre vacacional de este blog contando mi viaje a Inglaterra, donde he pasado 10 días de finales de agosto y principios de septiembre. No era la primera vez que volvía a Bristol tras mi regreso a España; ya estuve en julio un fin de semana, aunque en esa ocasión no tuve el tiempo que he tenido ahora para rememorar tranquilamente los años que pasé allí. Tuve enorme suerte y el clima fue bastante bueno. De hecho, el primer fin de semana, según me contaron mis amigos, fue el primero de buen tiempo en lo que llevaba de verano, durante el cual no ha dejado de llover. Hizo sol y las temperaturas subieron hasta los 24 grados, y los ingleses estaban revolucionados. Los que no se habían ido de bank holiday se desparramaban por los beer gardens y jardines de la ciudad.
No hay mucho que contar de mi estancia en Bristol, que fue bastante tranquila, pero sí mucho del segundo fin de semana en el país, justo antes de volver a España. Hace poco más de un año, hablé en este blog de los narrowboats ingleses: barcos fluviales alargados y estrechos típicos de los ríos y canales ingleses. Sorprendentemente, hay bastantes compañías que los alquilan, y para manejarlos no hace falta ningún tipo de licencia especial. Pues bien: eso mismo conseguimos organizar un grupo de amigos de Bristol: alquilar uno de estos barcos para pasar un fin de semana sobre el agua.
El alquiler lo hicimos a través de Internet. El barco estaba basado en Worcester, a una hora en coche al norte de Bristol, y el canal por el cual íbamos a navegar era el Worcester & Birmingham Canal, que como su nombre indica une ambas ciudades. Al llegar al embarcadero, lo primero nos hicieron una demonstración sobre el funcionamiento de las esclusas. Dado que no íbamos a estar mucho tiempo fuera (apenas 2 noches), nos recomendaron un recorrido corto de ida y vuelta de Worcester a Woodgate. Luego nos llevaron al barco y nos explicaron su funcionamiento. Nada más verlo nos sorprendió a todos su tamaño: 20 metros de longitud. El empleado nos dio una explicación de una media hora sobre cómo manejar el barco, además de contarnos como reaccionar a emergencias como la caída de alguien al agua (hay que parar el motor inmediatamente) o cómo acceder a la hélice si algo se queda enganchado a ella. Bromeó que posiblemente la cocina no la íbamos a usar, ya que nos pasaríamos el viaje entero bebiendo. Esto confirmó nuestras sospechas de que los ingleses que pasan findes en barco lo hacen para estar cocidos todo el rato, y aumentó mi extrañeza de que fuese tan fácil alquilar un bicharraco tan grande como ese incluso a sabiendas de que todo el mundo va a ir bebido.
Por fin emprendimos la marcha. Tras un comienzo inevitablemente torpe, en seguida nos dimos cuenta de que, pese a su longitud, el barco era bastante fácil de pilotar. La dirección se controba mediante un simple timón de caña, y la velocidad con una palanca. El barco, además, era muy robusto, y golpes y arañazos no le hacían mella alguna. Las situaciones más complicadas era cuando nos cruzábamos con otros barcos viniendo de frente, o en algunos tramos estrechos con barcos como el nuestro amarrados a ambos lados, pero teniendo un mínimo de cuidado y yendo a poca velocidad no había ningún problema.
El barco, por dentro, estaba equipado con todas las comodidades. Camas fijas, baños con agua corriente y ducha y una cocina estrecha pero equipada al mismo nivel que la de una casa normal. Tenía horno, fogones, nevera y todo tipo de cacharros, de los que hicimos buen uso: el tipo de la empresa se había equivado por completo, y las orgías que teníamos planeadas no eran alcohólicas sino gastronómicas.
La rutina del viaje era sencilla: navegar, parar a comer o a cenar, beber Pimms, echar partidas de cartas o juegos de mesa, y dormir. En cuanto a la navegación, el canal de Worcester es uno de los que más esclusas tiene de todo el país, lo cual aseguraba que esta nunca fuese aburrida. A lo largo de nuestro viaje, operamos unas 18 esclusas para la ida y para la vuelta. Todas ellas eran manuales. El llenado o vaciado de la esclusa se realizaba con una llave que se acoplaba a un mecanismo de engranajes y cremallera que subía o bajaba la válvula. Una vez nivelado el interior de la esclusa con el exterior, se abría la compuerta correspondiente para que el barco podía entrar o salir.
La excursión estuvo animada también por pequeños incidentes, ninguno de ellos grave, que le dieron color y aventura: hombres al agua, rescate de perros, una rotura de bomba que nos dejó sin agua corrente, una amarra que se suelta sin que nos demos cuenta... Lo peor del viaje, en mi opinión, fueron los alrededores. Como se puede ver en las fotos, muchos tramos del recorrido eran muy hermosos, pero como no nos llegamos a internar mucho en el campo nos tocó navegar cerca de polígonos industriales y urbanizaciones, y durante un buen trecho navegamos muy cerca de la autopista, que aunque no se veía nos acechaba con su incesante rumor de vehículos. También me decepcionaron los pubs, que supuestamente son uno de los mayores atractivos de los canales.
En cualquier caso, nada de esto importó mucho: lo novedoso de la experiencia unido a la buena compañía fueron suficientes para el fin de semana fuese un rotundo éxito que espero que repitamos en el futuro. Como siempre, podéis encontrar las fotos de la excursión en este álbum de flickr.
4 comentarios:
¡¡HE querido hacer eso desde que vine a Manchester por primera vez!! Me fascinan los barquitos-casa. La mayoría tienen hasta macetitas encima y todo. Una monada.
Yo estos barquitos los ví en Camdem, eran curiosos, no sabía que se podían alquilar...
Abrazos.
Segundo blog que leo que ha estado este verano en Bristol... Y yo con ganas de ir, a ver la ciudad de Portishead. :-P
Un blogsaludo.
¿Para ver Portishead? Te advierto que no es más que una ciudad dormitorio de Bristol. Nunca he estado pero por lo que me han contado no tiene nada interesante de ver. ¿Querías verla por el grupo del mismo nombre?
Saludos
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