Lo que en España estamos llamando simplemente "crisis" (palabra solemos usar para referirnos tanto para situaciones económicas mundiales como para las rachas de malos resultados de un equipo de fútbol) en el Reino Unido es el
credit crunch (más o menos literalmente, "desplome del crédito") . No sé si esta forma de aludir a la presente situación de falta de liquidez del sistema financiero la inventaron en EE UU o en tierras británicas, pero no hay duda de que ha arraigado bien en este lado del Atlántico. En estos meses esta expresión no se les cae de la boca (o de la pluma, o de los dedos que aporrean al teclado) a los británicos. Estuve en Bristol a finales de agosto y me dio la impresión de que allí la sensación de inquietud ante la situación económica es mucho más aguda que en España. Y no es de extrañar; yo mismo noté la dentellada de la inflación: para la vuelta, como siempre, quise reservar un un taxi al aeropuerto y me dijeron que el precio había subido de 18 a 23 libras (con lo que decidí ir en autobús). Durante todos estos años, la inflación ha estado en torno al dos y pico por cierto, y recientemente ha pegado un subidón hasta rondar el 5% de IPC.
La cuentas en el Reino Unido, en efecto, ha empeorado bastante. Durante toda la década de los
noughties (¿de los "ceroenta"?) los británicos se han jactado de contar con una economía más dinámica y próspera que la de las viejas glorias europeas (Francia y Alemania). Desgraciadamente, han resultado estar mucho más expuestos a la debacle de las hipotecas temerarias, y la posterior contracción del crédito y las tormentas financieras pueden hacer mucho daño a un país en donde los servicios financieros casi llegan al 10% de la economía.